Francisco Marhuenda
La encrucijada
Desde Pujol hasta nuestros días, el Gobierno catalán ha financiado generosamente a las numerosas asociaciones independentistas que hay repartidas por Cataluña. A esto hay que añadir algunas asociaciones empresariales, colegios profesionales y una larga lista de entidades que han acabado controladas por el omnipresente nacionalismo. Un sector de los empresarios y financieros han abrazado, también, el independentismo, aunque no hace demasiado tiempo sus padres o abuelos acogían con satisfacción la victoria franquista en la Guerra Civil. Este mismo sentimiento se ha producido entre algunos políticos e intelectuales que ahora son más nacionalistas, a pesar de sus orígenes, que el propio Pujol. No recuerdo que estuvieran en la lucha antifranquista y en la defensa del autogobierno catalán, pero ya se sabe que los conversos siempre son muy fervorosos para hacer que se olvide su pasado personal y familiar. Mas se dejó arrastrar por el clima que habían creado los medios de comunicación públicos, algunos privados y esas asociaciones nacionalistas. La falta de criterio del presidente de la Generalitat le ha hecho transitar de la indiferencia hacia el nacionalismo, a abrazar la nación catalana como nueva utopía que nos conduciría al edén y, finalmente, a erigirse en el sumo pontífice del independentismo. El rechazo internacional y la inquietud por las consecuencias económicas de este disparatado proceso provocan que muchos prohombres catalanes, los mismos que aplaudían el proceso independentista, ahora hablen de buscar una «tercera vía». Un apañito que les sirva para no hacer el ridículo y salir por la puerta de servicio. El problema es que el entramado independentista sólo quiere el referéndum para la ruptura de España y alumbrar la imaginada patria catalana.
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