Enrique López

La energía del nacionalismo

La Razón
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La famosa fórmula de Einstein E=mc2, energía igual a la masa multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz, nos muestra que una cantidad muy pequeña de masa puede convertirse en una gran cantidad de energía, lo cual traducido a la vida normal nos lleva a concluir que a veces un solo individuo puede producir grandes cambios. Todo ello me lleva a pensar que cuando una sociedad en su conjunto materializa pequeñas acciones en una misma dirección avanza vertiginosamente, mientras que, cuando un gobierno hace grandes acciones en contra del sentir mayoritario, conduce a la sociedad a un abismo. Esto fue lo que ocurrió con la Segunda República española, cuyos responsables hicieron del particularismo ideológico y regional una funesta seña de identidad, abandonado la constitución de un auténtico Estado español. Ante ello, Ortega reclamaba un partido político de amplitud nacional tendente principalmente a la educación política a los ciudadanos, el cual debía defenderse de lo que él catalogaba como partidos partidistas, que a la postre llevaron a España a la peor página de su historia. Cuando un partido gana unas elecciones, lo primero que dicen sus líderes es que se consideran los representantes de todos sus ciudadanos, así debería ser, pero la cuestión es cómo se conjuga el derecho a ser partidista y a exhibir la propia ideología con la que se presentaron a las elecciones con el interés general de la sociedad; pues solo hay una formula, seriedad, generosidad y abandono de la demagogia. En este minuto, España sangra por la herida del populismo, particularismo y egoísmo de políticos nacionales y regionales que no ven más allá de sus terruños y de sus propias ideas. En este contexto nos enfrentamos a la reivindicación permanente de que Cataluña o el País vasco son naciones, y como tales deben ser tratadas, confundiendo los conceptos de nación política y nación cultural; en este debate aparecen los que queriendo mantener una España unida buscan el encaje de naciones políticas dentro de una nación de naciones, sin dar solución a cómo se concilia esto con el concepto de la soberanía popular y del pueblo español. España, cuya riqueza se basa principalmente en su diversidad, se muere de particularismo, bajo cuyas enseñas se abandona y desprecia al individuo y sus reales necesidades. Cuanto más particularistas son los políticos, más se distancian del liberalismo democrático y de la defensa del ciudadano y de sus derechos individuales. La persona es la que conforma la unidad básica de la fórmula de Einstein, elemento sin el cual no existirán naciones, ni políticas ni culturales, aquel cuyas necesidades son las que se debe atender necesariamente, y no las artificiales creadas por políticos tan egoístas como ciegos, que solo piensan en ensoñaciones populares, actuando presuntamente en nombre de sus pueblos, pero despreciando profundamente al individuo. Se emocionan con derechos colectivos como el de manifestación y languidecen con los individuales como el de educación. Decía Lord Acton que «la nacionalidad no aspira ni a la libertad ni a la prosperidad, sino que, si le es necesario, no duda en sacrificar ambas a las necesidades imperativas de la construcción nacional».