Cristina López Schlichting
La esclavitud de Cataluña
Decenas de municipios catalanes amanecieron el jueves llenos de banderas españolas. Pegatinas de distintos tamaños cubrían contenedores, estaciones de metro, buzones y cajetines de radares y la respuesta en las redes sociales fue vigorosa. En apoyo y en contra, que hubo para muchos gustos. Se habló de ello, se escribió, se razonó. Y lo que no agradó a las autoridades fue precisamente que se enterase todo el mundo. Por eso los mossos d’esquadra fueron movilizados y en un tiempo de plusmarca tenían identificados a siete jóvenes, tres de ellos menores. Se les acusa de manchar el mobiliario público.
Sorprende la eficacia y celeridad de la respuesta del poder local, cuando Cataluña está empapelada de esteladas y nadie mueve una ceja. Esteladas y propaganda, por cierto, pagadas del dinero público a través de ANC y Omnium Cultural. La Generalitat no escatima con el proceso independentista, el feudalismo catalán ha sido siempre proverbialmente cruel. Como en los libros de Ismail Kadaré, que caricaturizaba la dictadura albanesa, en la Cataluña oficial está prohibido soñar en español.
Lo de las banderas ha pasado cuando comprobábamos por enésima vez las mentiras que venden los libros de texto catalanes a los críos, los siervos del futuro. A saber, que los iberos era tribus «independientes», que los romanos «ocuparon Cataluña», que existió un «reino catalano-aragonés» y que los borbones acabaron con una «nación catalana». Sólo un profundo desprecio de la verdad pude llevar a nadie culto a asimilar o difundir presupuestos históricos analfabetos con un fin político. Da igual que Cataluña se independice o no, su verdadero problema es que la mentira se ha incorporado al ADN de buena parte de su estructura, y eso difícilmente se corrige. Los dirigentes han logrado un público indiferente a los hechos, dócil a las consignas. El sueño de cualquier tirano.
Buena parte del pueblo catalán ya no «filtra» los mensajes del poder, simplemente los respira con naturalidad y se los cree a pies juntillas. En ese contexto, ideal para el totalitarismo cultural, los líderes se hacen fuertes y chulean a la gente hasta extremos de indignidad. Es un ejemplo palmario lo que ayer dijo el tercer hijo de Jordi Pujol, Josep, que explicó en Catalunya Radio que su familia siempre había sido millonaria, pero que se habían visto obligados a ocultarlo para no estorbar el acceso benéfico de Pujol a la presidencia de la Generalitat. Como lo leen ustedes. Repasando sus aseveraciones –y puesto que la gente no ha salido a la calle indignada– sólo cabe pensar que hay una parte de los catalanes que se han hecho esclavos. «Si me preguntan –dijo con todo el morro– qué prefiero, si haber tenido un presidente de la Generalitat de primera división como el que hemos tenido, con el pequeño o gran pecado de mantener oculto el legado del abuelo, o haber renunciado a tal presidente, yo me quedo con la primera opción». Toma ya. Rico, mentiroso y presidente. Vivan las «caenas».
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