José María Marco

La esencia de la democracia

Alfredo Pérez Rubalcaba demostró ayer un conocimiento tan detallado y exhaustivo de los mecanismos de fraude y corrupción, que sólo le faltó decir que a nosotros, los socialistas, no nos habrían cogido, y ofrecer, acto seguido, los servicios de su partido para cualquier trabajo de fontanería. Otro tanto se puede decir de Rosa Díez, de tan dilatada trayectoria en el socialismo.

Afortunadamente, Mariano Rajoy no siguió esta vía de respuesta, y apenas recordó al PSOE alguno de los casos de corrupción que lleva arrastrando desde que presumió, un día ya lejano, de los cien años de honradez que tan caros nos han costado a los españoles. El presidente del Gobierno, efectivamente, tenía que hacer ante todo un discurso de Estado. Por eso deslindó el proceso de Luis Bárcenas del gigantesco montaje mediático organizado para dinamitar su política y la mayoría absoluta que le sostiene en as Cortes. Por eso insistió en que en un momento crítico como este, cuando empiezan a asomar los primeros síntomas de recuperación, cualquier precaución es pequeña en todo lo que toca al crédito de nuestro país. Y por eso, finalmente, realizó una gran defensa de las instituciones democráticas.

Mariano Rajoy volvió a asumir –con especial brillantez– un papel tradicional en el centro derecha reformista español. No se limita a la defensa de una posición política determinada, lo que es necesario y legítimo de por sí. Abarca también la defensa de todo el sistema, que no puede quedar al albur de acusaciones sin demostrar, de infundios y de calumnias de personas que están –legítimamente– ejercitando su derecho de defensa y de otros que –con menos legitimidad– están aprovechando y amplificando el chantaje de un presunto delincuente.

Lo que defendió ayer el presidente del Gobierno es la presunción de inocencia, la separación de poderes y la legitimidad de un Gobierno respaldado por una mayoría absoluta. No son cuestiones que afecten sólo al Partido Popular. Afectan a todos, incluido el PSOE, si es que los socialistas aspiraran a ser un partido de gobierno, y no se hubieran limitado a ser uno más de entre los muchos grupos políticos que tan sólo aspiran a no dejar gobernar a quien ha ganado las elecciones. En realidad, Rajoy ha defendido el derecho del PSOE a gobernar y el PSOE, que se lo niega al Partido Popular, no recogió el guante al dejar pasar la ocasión de retractarse de la absurda moción de censura que Rajoy le desafió a presentar. El Partido Popular vive en la realidad, en el presente, y el PSOE permanece estancado en una España que ha dejado de existir.