José María Marco

La esencia de la democracia

Viniendo de quien viene, la sentencia del Tribunal Constitucional sobre la declaración de soberanía del Parlamento de Cataluña tiene muchos visos de ajustarse a derecho. A lo que se ajusta, sin la menor duda, es al sentido común.

La sentencia especifica que la declaración por la cual el parlamento catalán declara la soberanía del pueblo catalán para autodeterminarse, es decir para independizarse del resto de España, es contraria a la Constitución en su artículo 1.2 y al artículo 2, que especifica, como es bien sabido, que «la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles». La declaración del Parlament, precisa además la sentencia del TC, no es un simple brindis al sol político. Es una declaración que tiene efectos políticos y jurídicos, como corresponde a una declaración parlamentaria. En nuestro país, muchas veces la palabra «política» va relacionada con la arbitrariedad. El TC recuerda que no es ni debe ser así. Esto es algo más que una pequeña aportación para la recuperación del prestigio del término.

En una segunda parte, la sentencia también recuerda que la aspiración a la independencia es lícita dentro de nuestro ordenamiento legal. En nuestro país nos hemos dotado, efectivamente, de un margen amplísimo para la libertad de expresión y de manifestación de ideas y propuestas políticas, algo que en otras naciones no existe. La sentencia remite por tanto a nuestra realidad jurídica, social y cultural y recuerda a los nacionalistas (y a todos) lo que nunca debería ser olvidado. Y es que, siendo lícito el querer marcharse, para conseguirlo hay que contar con la voluntad general. En otras palabras, si los nacionalistas catalanes quieren crear una Cataluña independiente, nos tendrán que convencer de sus bondades a la mayoría de los españoles.

Las democracias liberales presentan varios inconvenientes. Uno es que en ellas rige la Ley y todos estamos sometidos a ella. Otro es que la decisión política, siempre abierta, debe contar con la participación de aquellos a quienes afecta. La independencia de Cataluña, es decir la disolución del pacto por el cual se creó la unidad política llamada España, requiere que la respaldemos una mayoría suficiente de españoles (que habremos de aceptar dejar de serlo: en esto consiste el nudo del asunto, como bien saben los nacionalistas con algo de cabeza). En vez de maltratar al resto de los españoles, los nacionalistas harían bien en intentar convencernos. En eso, y no en los exabruptos y las imposiciones por la fuerza, consiste la democracia.