Manuel Coma
La espada de Damocles
En la hora undécima de la segunda ronda de conversaciones en dos semanas, es decir, en un tiempo récord, se llegó a un acuerdo provisional para, se supone, congelar el programa nuclear iraní, que ellos dicen que es puramente civil y el resto del mundo, que es militar, para así dar tiempo a los negociadores para alcanzar un acuerdo definitivo. Los republicanos e Israel han puesto el grito en el cielo: «Error histórico», dice Netanyahu. «Un acuerdo malo e indefendible», dicen en la conservadora «National Review». Para Bolton, antiguo representante en la ONU de Bush, significa «una rendición abyecta por parte de EE UU». Los obamistas incondicionales lo defienden, considerándolo toda una lección de cómo se debe negociar. Lo demócratas más moderados nadan entre dos aguas. El analista encargado del tema en el nada moderado «The New York Times» proclama en titulares que se trata de «un paso, si bien modesto, hacia la ralentización de la capacidad armamentística de Irán». Otro demócrata, excelente conocedor del Oriente Medio, en «Politico», abanderado digital de su cuerda: «No celebremos este trato, aún». El efecto del pacto es ralentizar, no paralizar temporalmente, como se había prometido, el proceso de enriquecimiento de uranio, es decir, la lenta y laboriosa fabricación de la materia prima de la bomba. Además, anticipa concesiones importantísimas que se contaba con que, a lo sumo, quedasen para el acuerdo definitivo, como la proclamación del derecho de Irán a enriquecer al 5% de pureza, no el 3,5% que podía haber sido la máxima concesión si se cedía en el tema del derecho, que los ayatolás venden a los suyos como un gran tanto, amén de una importante dulcificación de las sanciones, acicate fundamental para modificar la actitud iraní. Así las cosas, el gran temor que el acuerdo interino infunde es que se convierta en perenne, aplazándose el definitivo «ad kalendas graecas».
Irán también hace concesiones, demasiado complejas para ser aquí tratadas. Aunque no paraliza por completo, lo que Obama presenta como su gran victoria es que lo que se le impone es suficiente para impedirle que desarrolle una capacidad de «breakout», palabra con la que los controladores atómicos se refieren al punto de enriquecimiento a partir del cual el país podría conseguir uranio armamentístico en muy pocas semanas, haciendo el logro irreversible. El tiempo dirá, pero tanto en diplomacia como en seguridad son precisamente los tiempos los que están en juego. Nadie necesita más un buen acuerdo que israelíes y árabes y, sin embargo, el conseguido en Ginebra les llena de zozobra.
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