Joaquín Marco
La Europa imaginada
Uno de los eslóganes que perduró del mayo de 1968 fue aquel utópico de «la imaginación al poder». Eran días turbulentos de una juventud combativa que, en Francia y en otros países europeos, trasladaba propuestas que se habían iniciado en las universidades californianas. Pero aquellos eran también tiempos europeos, donde el proyecto de una renacida Europa, aunque dividida, estaba conformándose. La crisis general que estamos soportando ha puesto en entredicho no sólo las costuras de la Transición española, que se hizo de la mejor manera posible, sino los defectos de una Europa, que se deseaba federal y unida, a la que se sumó con cierta prisa el euro como moneda que agrupó economías de muy diversa entidad. Chipre, por ejemplo, que ingresó en la Unión en 2004 y en el euro en enero de 2008, apenas si representa el 0,2% del PIB europeo y, sin embargo, su crisis bancaria –enlazada con la de la construcción– llegó a poner en entredicho algunos mecanismos económicos que hoy se entienden básicos en esta idea de Europa, tan lejana de los viejos ideales de los fundadores. Es ésta una Europa inacabada, en vías de formación, aún adolescente, con los peligros que entraña la inexperiencia de los muchos protagonistas de escasas dotes políticas y comunicativas. Toda la crisis chipriota ha sido un auténtico dislate, con insospechables contradicciones y un final escasamente feliz, tal vez inevitable, pero que entraña una inseguridad jurídica. Los protagonistas no estuvieron a la altura, aunque, tal vez, vista la satisfacción de todos, no quedaban otras opciones, aunque tardarán en cicatrizarse las heridas. Días en los que los bancos se cerraron y se abrió un «corralito»; rectificaciones que suponen que 100.000 abren la frontera de la fortuna y quitas que habrán de soportar los capitales rusos y no sólo rusos, han alertado sobre una inseguridad bancaria general. Sin embargo, Chipre constituye un caso peculiar.
La Europa imaginada cuando España ingresó en ella no era la de los Bancos. Era la de las libertades, la prosperidad económica, la del bienestar, donde cultura y arte, ciencia y progreso indefinido, pese a breves y naturales turbulencias, constituían una realidad asequible. El proyecto general se integraba en un mundo desigual que se pretendía corregir. La pequeña isla de Chipre, con su zona pobre ocupada por los turcos y una frontera hoy totalmente permeable parecía una incógnita para la mayoría de los ciudadanos de la asentada Europa, pero no hubiera debido serlo para los dirigentes de la Unión que cedieron ante Grecia y ésta, a su vez, ante Turquía. ¿Nadie sabía que el principal recurso de la Isla, además del turismo y la construcción, su derivada, era haberse convertido en paraíso fiscal? Sus 800.000 habitantes disponen de un PIB nada despreciable, 24.000 euros per capita y su sistema financiero, de 70.000 millones en activos, se alimenta básicamente de los 250.000 millones que fluyen entre Nicosia y Rusia. El interés medio con el que se retribuían era el 5% y el impuesto de sociedades se limitaba al 10%. Todo esto tenía que ser de sobras conocido, como el apoyo de los bancos chipriotas a los intereses helenos. Pero Europa no dispone todavía de una regla común que afecte al rescate de sus bancos. Cada país disfruta de una reglamentación bancaria propia y, hasta ahora, se recurría al BCE, ante las dificultades. Tampoco el BCE dispone de las libertades o limitaciones que unos y otros desearían, porque los proyectos son muchos y la legislación se está haciendo sobre la marcha. Se han traspasado en esta crisis ciertas líneas rojas que parecían estabilizadas con el fondo de garantías de depósitos. Ante un banco en crisis ¿quién debe cargar con el mochuelo? Jeroen Dijsselbloem, el presidente del Eurogrupo defendió el modelo chipriota como patrón a seguir a partir de ahora. Señaló que los bancos deberían autorrescatarse y en un estilo muy holandés y directo: «que se apañen».
Existe desde hace un par de años un proyecto, al que el presidente se ha atenido en el caso de Chipre. Las crisis bancarias deben ser asumidas primero por los accionistas, después por los titulares de deuda subordinada y participaciones preferentes, en tercer lugar por los titulares de bonos y sólo en última instancia por los depositantes que excedan de los 100.000 euros. El rescate parcial se convierte entonces en acciones de la entidad. Este proyecto de ley, defendido por unos y descartado por otros que apuntan a distintas alternativas, se ha aplicado ya en Chipre. No puede calificarse de experimento, pero ha sido el mecanismo elegido para no castigar a los contribuyentes europeos. Alemania y los países del Norte no pagarían, de este modo, los desmanes de los bancos del Sur. Sin embargo, se mantiene la penumbra de las cajas de ahorro germanas y otros paraísos fiscales de la Europa del euro y del no euro. Europa sigue siendo un banco de pruebas y de excepciones, de experimentos y consolidaciones. La historia que no ha vivido todavía la Unión está por explorar. Como apuntaba Machado, se hace camino al andar y en él estamos, aunque sería preferible disponer de buenas carreteras. La crisis chipriota ha sido una muestra del papel rector de Alemania y de sus afines, como lo fue anteriormente en España, en Italia y en los países que están bajo la bota de la troika. La Europa política tal vez reaparezca después de las elecciones alemanas o tal vez no y todo siga del mismo modo, atendiendo al corto plazo, al día a día, con el corazón en un puño.
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