Julián Redondo

La fe de Simeone mueve montañas

La Razón
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En el minuto 118, cuando las fuerzas de los maratonianos rojiblancos encendían las luces de reserva, Cocu metió a Narsingh, un delantero rápido y ducho en el uno contra uno. Entró por De Jong, reputado lanzador de penaltis. No tuvo ocasión de llevar a la práctica la teoría de su entrenador, a quien el destino jugó una mala pasada. Agotada la prórroga, después de que los tiradores de uno y otro equipo demostraran su pericia desde los once metros, con siete aciertos por bando y las uñas del aficionado más templado en el estómago, Narsingh, el veloz regateador que en dos minutos no recibió un balón, situó el primero que tocó en el punto fatídico y lo estrelló contra el larguero. Correspondía a Juanfran hacer bueno el fallo del holandés. Acertó. Y como la temporada pasada contra el Leverkusen, el Atlético cruzó la línea de octavos inspirado en ese círculo de cal que enterró las ilusiones del PSV. Fue incapaz de aprovechar las oportunidades más o menos claras que disfrutó durante el partido –dos de Griezmann que despejó Zoet y una de Torres que repelió la cruceta– y, sin embargo, clavó los ocho penaltis. La fe de Simeone mueve montañas y sana todas las «pupas». Porque el Atlético es correr, presionar, cortar, perseguir la pelota y al rival sin desfallecer, agruparse, sufrir, vibrar, emocionar y volver a correr. Lástima que no sea tan eficiente con el último pase ni tan lúcido en la línea de gol. Pero es lo que es y encandila a la afición porque convierte cada partido en un maratón interminable. El público agradece la entrega cuando es la herramienta para ganar. «Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros», decía Groucho. Éste es el Atlético del Cholo, inmutable, no hay otro.