Cristina López Schlichting

La flecha

La Razón
La RazónLa Razón

La clave es que Francisco tiene muy desarrollada la capacidad de empatía. Cuando habla, este hombre no se sitúa desde un castillo estético, ni un podio intelectual, ni siquiera un púlpito. Cuando salió de escuchar a un preso en la cárcel y le preguntaron de quién se trataba, comentó, simplemente: «Uno que ha sido perdonado, como yo». No se siente superior a nadie y aborda con interés el encuentro con los diferentes. En este viaje africano valiente, en medio de tanta guerra, tiene citas con anglicanos, evangélicos y musulmanes. Lo llama «cultura del encuentro». Sencillamente, se pone en el lugar del otro y se pregunta cómo ayudarlo, y eso facilita enormemente las cosas. Y también por eso entiende (y no le gusta nada) la cultura del consumo, la del usar y tirar que está quemando el mundo. O la avaricia de los traficantes de armas. O la mezquindad de esos pocos monseñores corruptos. El Papa conoce las debilidades del hombre, que son las tentaciones de todos. En Uganda ha hablado de «las situaciones de pobreza y frustración que alimentan el miedo, la desconfianza, la desesperación, y finalmente el terrorismo». Es verdad, pensemos en cualquiera de los jóvenes que ha matado en Francia, en su desnortamiento vital y frustración, en la desconfianza que ha ido albergando hacia los demás y el sistema, en la desesperación personal, que ha acabado en el mito de una muerte gloriosa. Con Francisco una siente que todos los hombres son hombres, que nadie ha de ser absolutamente condenado para siempre, que en cada persona anidan semillas de bien. Podemos ser corruptos, delincuentes, terroristas, pero existe la esperanza. Por eso se da la paradoja de que el Papa inaugura el año de la misericordia en el escenario más golpeado por la falta de ella. Esa África que casi dan ganas de que no existiese, tan grande es la impotencia ante tanta pobreza, desigualdad, injusticia, matanza. «En Uganda –revelaba un carmelita descalzo, de nombre Aurelio– nunca se ha construido una escuela con dinero del Estado». Francisco es como una gran flecha que señala los puntos a los que no queremos mirar. Hombres con la cara cubierta de cicatrices, que él besa; niños explotados, que él abraza; países desolados, que él visita; curas y laicos envilecidos, que él amonesta y exhorta como hermanos. Empieza oficialmente un año santo con mil oportunidades. Nos ha pedido un gesto, un solo gesto inicial, para empezarlo como Dios manda: una limosna a alguien que no tiene, un abrazo a quien lo necesita, una visita a un anciano, una invitación a la propia casa. Hagámoslo y tal vez este año sea distinto en nuestra vida. Hoy empieza el Adviento y podemos dedicar diez minutos a planearlo. Este es el año en que las mujeres que han abortado serán perdonadas por sus párrocos, en que los pobres serán privilegiados por las personas de buen corazón, en que haremos cuentas para repartir. Este año vendrá Jesús a cambiar la vida.