Enrique López

La gran infamia

La Razón
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El 1 de julio de 1997, José Antonio Ortega Lara fue liberado tras pasar secuestrado 532 días, gracias a una brillante operación de la Guardia Civil, siendo detenidos los cuatro delincuentes que lo mantenían secuestrado. Los terroristas tenían instrucciones de asesinarle o dejarle morir de hambre si el Gobierno no acercaba a los presos de ETA a cárceles del País Vasco. Tras este fracaso, el 10 de julio de 1997, hace veinte años hoy, ETA secuestró a Miguel Ángel Blanco, la criminal banda pidió el acercamiento de los presos de ETA a cárceles del País Vasco, diciendo que si antes de las 16 horas del sábado día 12 el Gobierno no llevaba a cabo el acercamiento de los presos, lo ejecutarían. El 12 de julio tres miembros de ETA, al comprobar que sus exigencias no se iban a cumplir, le dispararon dos veces en la cabeza, tras forzarle a ponerse de rodillas con las manos atadas a la espalda; lo abandonaron y, tras ser descubierto por dos personas, y comprobar que seguía con vida, fue trasladado al Hospital, donde Miguel Ángel Blanco falleció a las 5:00 horas del 13 de julio de 1997. Esta infamia no puede ni debe ser olvidada nunca, y no solo para honrar la memoria de Miguel Ángel Blanco junto con la de todas las víctimas del terrorismo, sino para recordar que aquel acto supuso el principio del fin de ETA. El Gobierno no cedió y los criminales perdieron. ¡Cuán alejadas estaban de la voluntad del criminal que apretó el gatillo las consecuencias que aquel acto tendría! El asesinato generó una repulsión general en una ciudadanía que parecía necesitar un hecho de esta cruel naturaleza para ponerse definitivamente del lado de las víctimas y en contra de los criminales. Todos recordamos los dos interminables días que duró el secuestro; todo un país paralizado y convulsionado fue testigo de la vil y cobarde acción, que, como todas, solo sirvieron para ir poco a poco forjando la definitiva victoria sobre el terrorismo de ETA, la cual solo se consumará cuando la banda se disuelva de forma definitiva. Las víctimas en el terrorismo han sido muchas veces ignoradas bajo una fría estadística, que tan poco significaba para los desalmados cuando planificaban y ejecutaban sus propósitos criminales, pero desde el asesinato de Miguel Ángel Blanco se ha conseguido que todas las víctimas vuelvan a tener nombre, familia, una historia, se las ha dignificado. Hasta ese momento los terroristas estaban consiguiendo su efecto final, que la víctima no importara. No podíamos permitir que las víctimas perdieran su identidad, su rostro, su personalidad y pasaran a formar parte integrante de un número. Siendo, como es, el terrorismo actual «un fenómeno intrínsecamente indiscriminado», aportar datos que permitan individualizar, personalizar, singularizar a cada una de las víctimas va en contra de la última finalidad que anima esta forma de criminalidad. Las víctimas necesitan dignidad, justicia y memoria, y se lo merecen por el ejemplo que han dado. Esta semana lo que toca es honrar la memoria de Miguel Ángel Blanco para recordar que su muerte no fue en vano y nada más. Descanse en paz.