La guerra de los Rose

Stalingrado, ahora en conmemoración, fue una ciudad que Hitler no necesitaba tomar y que Stalin no pretendía defender. Luego, en Kursk, nazis y soviéticos se enzarzaron en la mayor batalla de carros de la Historia quedando en tablas: los rusos retrasaron meses su avance y los alemanes no volvieron a tomar la iniciativa. Desde entonces las batallas de desgaste están prohibidas por la ciencia militar. En este rifirrafe nacional que lo abarca todo, de la cruz a la fecha, Rubalcaba debutó sabiamente asegurando que no caería en el «más eres tú», latiguillo de grosería intelectual porque matar políticamente al adversario suele terminar en un salto desde la sartén al cazo. A Rubalcaba, que tendría que jubilarse por tantas falencias, le ha dado por desguazar el Gobierno Rajoy, incapaz de tumbarle en las urnas y cuando el presidente recoge los primeros éxitos en su resistencia a que España sea rescatada por la UE. Cuando el ominoso presente precisa entendimientos generosos en este bipartidismo imperfecto del PSOE con el PP, los socialistas optan por el desgaste del que ya tratan como enemigo a batir y piden hasta un adelanto electoral que no les devolverá el poder. La estrategia del escorpión con la rana. A Rubalcaba no es que le duren poco los buenos propósitos sino que no los tiene. El multiataque parlamentario sobre Ana Mato es un ejercicio machista y cruel sobre una mujer que para salvar su nombre tendría que airear las peripecias sentimentales del divorcio de su marido, y no quiere hacerlo. Pesan más los hechos de Sepúlveda que los de la ministra Mato. Rajoy no va a dimitir ni adelantar calendarios pero la bolsa de gatos del PSOE va más allá de Izquierda Unida como máquina de picar carne. Es «La guerra de los Rose» en la que los contendientes, obligados a vivir juntos, pierden las formas hasta matarse de consuno. El delirio de las izquierdas: la derecha no puede gobernar España y es lícito su aislamiento, la infamia y el derribo.