Pedro Alberto Cruz Sánchez

La idiocia viral

La Razón
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En las últimas fechas, se suceden los titulares de intelectuales que arremeten contra la entronización de la idiocia y la imbecilidad procurada por internet y las redes sociales. La cuestión es cuanto menos paradójica, puesto que, de un lado, propugnan la necesidad de la regeneración del modelo democrático existente mediante la administración de fórmulas que garanticen la mayor participación ciudadana, pero de otro, arremeten contra un ágora tan abierta como internet porque conlleva la igualación de todas las opiniones. La teoría de la «democracia participativa» no deja de tropezarse continuamente contra la misma piedra: la voz del pueblo es reivindicada siempre que no tenga la osadía de cuestionar la de los gurús de siempre.

Contradicciones de base aparte, es cierto que las redes han impuesto un modelo de opinión, cuyo mayor daño causado no consiste en la resta de protagonismo a las «firmas autorizadas», sino en la legalización de un paradigma de expresión que oscila entre el insulto y el «comprimido vitamínico». El concepto de insulto no hace falta aclararlo porque para ello está Google y las toneladas de mierda que se encarga de esparcir. Pero la idea de «comprimido vitamínico» requiere de un desarrollo algo mayor. Las redes sociales están concebidas para aquellos que no solamente ni leen ni escriben, sino que activamente se hallan posicionados contra ello. Por debajo de 140 caracteres, nadie considera que está leyendo o escribiendo. De la misma manera que los astronautas en el espacio sustituyen la ingesta de comida por cápsulas que le aportan las vitaminas necesarias, así los post aportan al individuo el aporte de «reflexión» y «literatura» que necesitan.

Y, claro está, este sistema de comunicación ha terminado por contaminar cualquier otra esfera del lenguaje y la expresión, de manera que si quieres que te entiendan, has de recurrir a los «comprimidos vitamínicos» o te considerarán como un coñazo insufrible. En la actualidad, una alocución de más de 30 segundos se considera un exceso lingüístico. Y, como no se trata de concentrar, sino simplemente de no decir, la mediocridad ha llegado a instalarse en el tuétano del espacio público. El Apocalipsis ha empezado.