Cristina López Schlichting

La Iglesia, transparente

La Razón
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Hay que preguntarse por qué 55.000 personas más han marcado la casilla de la Iglesia. Quiero decir –son datos del ejercicio 2016– que hay crisis, que las familias se aprietan el cinturón, que llegar a fin de mes es una ciencia y que, a pesar de todo ello, miles y miles de hombres y mujeres apuestan cada vez más por lo que los cristianos hacen en España. Si añadimos la campaña anti eclesial de ciertos sectores verdaderamente es asombroso.

Creo que la respuesta la tenemos cada uno en nuestro barrio. ¿Quién lleva el ropero de los pobres? Los fieles de la parroquia. ¿Quién atiende a los enfermos de sida desahuciados en las cárceles? Las monjas. ¿Quién está en países lejanos cuando hay guerra o hambre o enfermedades que expulsan incluso a las ONGs o las agencias internacionales? Los misioneros. Y encima la Iglesia está haciendo un extraordinario esfuerzo para dar cuenta de cada euro que le entregamos. Esta semana se ha presentado la memoria de actividades económicas de la Conferencia Episcopal Española, que se adjunta hoy con los periódicos, y merece la pena echarle un vistazo. La Iglesia ha asistido en 2016 a cinco millones de personas necesitadas. Desde usuarios de comedores de caridad hasta mujeres maltratadas, desde parados a enfermos. Es una tarea que no tiene precio, pero es que encima dicen las consultoras internacionales (PWC, KPMG) que la Iglesia revierte a la sociedad el 138 por 100 de los que recibe. Si en algún lugar el dinero se estira milagrosamente es entre los dedos de religiosas, curas y fieles. De este modo se realiza un gasto social superior al de cualquiera de las autonomías españolas, a excepción naturalmente de las gigantescas Andalucía y Cataluña, con la mayor población nacional.

Sólo en términos de ahorro escolar, los 2.400 colegios concertados, con su millón y medio de alumnos y sus 120.000 trabajadores, ahorran al Estado 2500 millones de euros, porque cada plaza de la enseñanza pública es llamativamente más cara que la católica, y no siempre tan eficaz. Vivimos en una nación con un patrimonio histórico excepcional y, gracias la Iglesia, muchos templos e instituciones, bien cuidados y puestos al servicio del público con generosidad, son un atractivo ideal para el turismo y una fuente de riqueza. Lo mismo ocurre con el patrimonio inmaterial: ¿Qué sería Sevilla sin su Semana Santa? ¿Qué, Huelva sin su Rocío? ¿Qué pasaría sin San Fermín en Pamplona, sin Santiago en su Camino, sin El Pilar en Zaragoza? Las celebraciones católicas atraen público, generan beneficio en bares y restaurantes, en hoteles y en tiendas. Son riqueza.

Y sin embargo, la mayor parte de la gente que marca la X de la casilla de la Iglesia ni siquiera piensa en todo esto. Sencillamente, ha pasado por la experiencia de un golpe duro de la vida en el que el silencio de un confesionario, el abrazo de un sacerdote, la mirada comprensiva de una religiosa, han sido un bálsamo. Conocen, gracias a Dios, que el corazón de la Iglesia se llama Caridad.