Cristina López Schlichting

La Iglesia y el pacto escolar

La Razón
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La Revolución francesa fue una matanza inmisericorde. Y a la vez propició la superación del Antiguo Régimen. Encontrar el equilibrio entre ambas descripciones justas es la tarea del profesor, pero no habrá dos maestros que narren la revolución de 1789 de idéntica manera. Es una placer que el factor humano, que subrayaba Graham Greene, determine la educación escolar. No debemos ver la pluralidad como un problema, sino como un enriquecimiento. Quienes pretenden hacer de la escuela un espacio cultural «neutral» probablemente saben de una clase tan poco como el censor sabía de la libertad de prensa. Por razones filosóficas, la escuela plantea siempre las grandes preguntas de la vida y no hay maestro neutral frente a ellas. Conteste A, B, C o D –incluso si contesta que no sabe o no opina– el docente está tomando postura en esta magnífica aventura del vivir.

Los que urgen al establecimiento de un modelo único y neutral de colegios proponen, en realidad, que nuestros hijos estudien como a ellos les gusta enseñar a los suyos. Siempre me sorprende este inflexible modo estatalista que me recuerda a mis viajes por la Europa del Este. ¿Por qué pretenden que estudiemos todos a su estilo? Me resulta impenetrable.

La existencia de 2.400 centros de enseñanza católicos en España y la realidad de millones de personas que marcan la casilla de la Iglesia o van a misa permite reconocer un aprecio social del hecho religioso y la enseñanza cristiana. Es de sentido común que todo esto encuentre encaje en el sistema educativo, como señala la Constitución. El Estado es aconfesional, pero no ateo. Reconoce explícitamente el valor de las convicciones religiosas de sus ciudadanos y protege la libertad de pensamiento, credo y enseñanza. La clase de religión es voluntaria y debe seguir siéndolo en la escuela pública, sin embargo no se puede regatear a los padres católicos –que también pagan sus impuestos– este derecho. Quienes arguyen que deberían mandar a sus hijos a escuelas privadas potencian un modelo social despótico, en el que sólo los ricos tienen verdadera libertad de elegir. La escuela concertada es un modelo consagrado en la Transición –aprobado por los Gobiernos socialistas– que garantiza la inserción de todas las sensibilidades en el sistema educativo. Y es gratis para todos. Esta semana la Conferencia Episcopal se ha ofrecido como interlocutor en el Pacto Educativo. Los obispos son sólo la cabeza visible de los centros, maestros y padres que queremos libertad para que nuestros hijos estudien como nosotros consideramos. Ya no estamos en tiempos de estatalismo vertical. La democracia se construye desde la sociedad civil y ésta solicita todos los años enseñanza concertada y asignatura de Religión, como garantizan los acuerdos Iglesia-Estado.

En un mundo paulatinamente desprovisto de convicciones, donde el materialismo determina las relaciones humanas y la falta de compasión de unos con otros lastra nuestra vida y la llena de dolor, el cristianismo es una bocanada de aire fresco que deseamos inunde las aulas de nuestros hijos.