Iñaki Zaragüeta
La impronta de la honradez
Ha muerto Antonio Asunción y con él, además de una gran persona, un gran político. Quizá el político más desaprovechado de la democracia española, al menos de los que he conocido, y llevo unos cuantos. Su independencia, su lealtad a una ideología, sus convicciones, su capacidad de diálogo, su ausencia de sectarismo, compusieron una personalidad incómoda para la partitocracia imperante en estas décadas. Molesto para quienes prefieren la sumisión a la verdad.
En cualquier caso, nadie pudo arrebatarle la impronta que trasladó y que toda la sociedad española recibió. Me refiero a la honradez, esa virtud que tanto se echa en falta durante todo este tiempo. Él se la ganó con su conducta.
Como escribió Cervantes en su grandiosa obra «...la honra no es objetiva ni inmanente; es subjetiva y trascendente, viene de afuera, de los otros, de la sociedad. Se recibe, se gana, se merece, pero no se rebaja. Se tiene íntegra, o no se tiene...».
Antonio no pasó por la política sin dejar rastro. Ahí están en Valencia sus decisiones sobre asistencia hídrica a los pueblos y, especialmente, a nivel nacional con su gestión sobre las cárceles y derivadas con ETA, que le hicieron ser el personaje más odiado y más querellado por los terroristas y sus círculos.
Y, sobre todo, ha muerto un amigo. Un amigo fiel, leal, generoso, predispuesto al servicio. Discreto, con predisposición natural al análisis global. Ahora, Antonio, no la montes demasiado gorda con tu primo Pepe Sancho por las alturas donde os encontréis. Antonio, dejas un gran vacío. No voy a poder contestar a esa pregunta «¿qué tal Iñakito?», como tú sólo me llamabas. Porque no habrá pregunta. Descansa en paz. Así es la vida.
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