Enrique López
La infantilización de la sociedad
Desde hace un tiempo se ha puesto de moda la expresión «lenguaje políticamente correcto», que, según algunos pensadores, con su irresistible avance está generando eso que se ha venido en denominar la infantilización de la sociedad occidental. Esta expresión conlleva algo más que lo que se deduce de su palabra, supone una renuncia al libre discurso y al libre pensamiento, cercenando la piedra angular de la democracia, la libertad ideológica y la libertad de expresión. Como decía George Orwell en «1984»: «La libertad es el derecho de decir a la gente aquello que no quiere oír». Esto provoca que en determinados temas se den postulados que no pueden ser expresados en público, so pena de recibir la mayor de las persecuciones públicas y mediáticas. Ello es así porque se pretende dotar a las palabras de un efecto taumatúrgico, de tal suerte que abandona su finalidad descriptiva y conceptual para erigirse en transformadoras de la realidad. Los que defienden el lenguaje políticamente correcto consideran que se pueden alterar las ideas preconcebidas, y así conseguir un cambio en la realidad. En definitiva, según qué expresiones utilices se identifica lo que piensas. Este fenómeno se enmarca en el seno de una sociedad cada vez más envejecida, y que por contra, extiende el periodo de la inmadurez hasta las puertas de la senectud, convirtiendo la irresponsabilidad en la constante vital; el ciudadano no tiene la culpa de nada, siempre la tendrá el sistema. En este contexto, el discurso político se simplifica y se dogmatiza, agotándose en sí mismo, puesto que queda limitado a meras consignas y sencillas imágenes. Pero lo peor es que esta languidez del discurso cada vez se apropia de otros espacios de discusión técnica y racional, de tal suerte que, por ejemplo, se exige a los juristas y especialmente a los jueces que, cuando dicten sus sentencias, lo hagan utilizando un lenguaje que pueda comprender cualquiera. Tal pretensión, en principio loable, no puede ni debe rebajar el rigor y las máximas de sabiduría técnica del Derecho. En el lenguaje político se enfatizan y ennoblecen los derechos y privilegios, sobre los denostados deberes, identificándose éstos con las obligaciones de adulto, y los primeros con la alegría de la juventud inmadura. Hoy en día las sociedades occidentales están impregnadas de esa eterna adolescencia que hace difícil la asunción de la debida responsabilidad. Como colofón de todo ello nos topamos con programas de televisión que, dedicados en principio a debatir, presentan una deriva hacia el puro entretenimiento y el espectáculo en sí mismo considerado, abandonando la información veraz y los análisis rigurosos, y el que ose ejercer la crítica racional puede molestar y ser expulsado. Surge así una sociedad miedosa y acobardada, que en los cambios solo ve riesgos y no oportunidades, incapaz de asumir compromisos y sacrificios colectivos. Contra esto solo se puede luchar recuperando la libertad en la exposición de planteamientos, al margen de su corrección política.
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