Martín Prieto

La insoportable levedad del COI

El conde de Romanones quiso ingresar en la Real Academia y cumplió con toda la preceptiva: buscó académicos que le propusieran y apadrinaran, acudiendo al domicilio de cada uno de los «inmortales» para pedirles su voto, en un rito que tiene algo de humildad aunque básicamente resulte humillante y mendicante. Llegado el día no le sufragó nadie, ni sus patrocinadores, y Romanones pronunció su conocida frase: «¡Joder; qué tropa!». Samaranch, que del COI sabía hasta lo indecible, explicaba que sus miembros votaban en un secreto sepulcral sólo conocido entre ellos, aseguraban su papeleta a los peticionarios y juraban haber votado a quienes rechazaron. Del COI escribiría lo mismo si hubieran elegido por unanimidad a Madrid como sede olímpica para 2020, porque la ironía y el sarcasmo son inevitables tratándose de los señores de los anillos, que son de horca y cuchillo. Este comité es el organismo más antidemocrático del mundo, integrado por cooptación de aristócratas, autócratas, petimetres y gerontes del deporte que nunca han ganado una medalla desde el barón de Coubertín. Igual que los soviets manipularon a los proletarios, éstos se aúpan sobre las espaldas de los atletas, verdaderos protagonistas sin capacidad de decisión. Sobre el COI pesan los gobiernos, que pagan su peaje, y las multinacionales de las marcas deportivas que facturan más que las industrias de armamento. Si en Buenos Aires Madrid hubiera caído ante Tokio, sólo cabría felicitar a los japoneses, pero que nos hayan colocado a la par y detrás de Estambul es befa. Turquía está en el epicentro más caliente del planeta y su Ejército vigila la moderación islamista del presidente Erdogán. Turquía, que quiere ingresar en la UE, es una luz que brilla en el olimpismo eminentemente pacifista como tregua de Dios que fue. La sentimentalidad nacional ha sido dañada por una sobredosis de confianza y entusiasmo. No se debe ir a ningún sitio con la escarapela de caballo ganador. Ya que la votación fue en tierra porteña lo escribo en lunfardo: «Nos han tomado por hijos de la pavota y sobrinos de la tía Tilinga». Una manga de huevones.