Julián Redondo

La isla de los famosos

Ese espíritu de la contradicción que es Mourinho advirtió a Del Bosque de que Diego Costa no podía jugar más de un partido a la semana y en la pasada le alineó en tres. Las cosas de «Mou». Si por una maldita casualidad el hispanobrasileño sufriera un percance con la Selección, a Vicente le van a pitar los oídos, mucho más que cuando lo alinea y el delantero no deja rastro de gol. Diego Costa se hinchó a meterlos con el Atlético, que le echó muchísimo de menos el último mes y medio de la pasada temporada, y en la Premier lleva nueve en siete partidos. Es un especialista, un «matador», un «killer», y la luz del Chelsea, alimentado convenientemente por Cesc Fàbregas.

Entonces, la pregunta es: ¿qué le ocurre cuando juega con España? Ha disputado cinco encuentros y no ha estrenado el casillero correspondiente. En los dos partidos del Mundial pareció un elemento extraño, un «perroflauta» en un baile de etiqueta. En lo tres siguientes, lejos ya del calvario brasileño, fue el quiero y no puedo, el delantero que no ensamblaba ni a derecha ni a izquierda ni en el terreno del «9». Estaba perdido, y lo justo y necesario es encontrarle, porque no es un piernas y la Selección aún le espera. En el vestuario encajó; en el césped se perdió en esa isla de los famosos en la que de cuando en cuando terminan los arietes que juegan en equipos con diez hombres detrás del balón.

La fama que les precede es insuficiente para derribar barreras, y no es precisamente la Roja una escuadra que se oculte tras la pelota. Por eso, le costará menos a Diego Costa triunfar con España que a Iker Casillas despojarse del sambenito del topo. Su aislamiento dejó huella, más que sus paradas.