Cristina López Schlichting
La mala fe
«El estado de derecho no es una opción. Es obligatorio. La Unión Europea es estado de derecho», las palabras de Jean Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, aclaran el drama que estamos viviendo en España estos días con el separatismo. «En Europa –ha completado– impera la fuerza de la ley, no la ley del más fuerte». La manifestación de la Diada en Barcelona ha sido el intento de forzar desde la calle las ideas de una facción de Cataluña. Frente a ello, los últimos requerimientos de la Fiscalía General del Estado representan la decisión democrática de poner pie en pared. Los desafíos nacionalistas son antiguos en Europa, nacidos al calor de Fichte, Feuerbach o el peor Hegel, consagran el concepto étnico de «pueblo», la definición, por ende, de «voluntad nacional» y la idealización de esta voluntad como mecanismo de poder. Frente a todo ello, que ya ha desencadenado varias guerras mundiales, sólo cabe el estado de derecho.
Por fin se ha ordenado que los mossos de escuadra incauten urnas y material electoral ilegal, que los alcaldes que se declaran en rebeldía comparezcan ante los tribunales y que los medios de comunicación que emitan propaganda independentista respondan ante la justicia. ¿Qué es esto de que todos los españoles estén sometidos a las normas comunes excepto unos pocos, sólo porque todo el mundo les tiene miedo? Buena parte de la opinión pública ha llegado a creer que un Estado opresor impide que «los catalanes» se pronuncien sobre sus derechos. Semejante barbaridad se apoya en la mala fe. En la difusión sistemática y pagada con el dinero público de que democracia es votar. Mentira. Democracia es división de poderes, parlamentarismo, voto de todos y leyes. ¿Hay que explicar que Franco llamó repetidamente a las urnas y, por cierto, con mucho éxito a su favor? No es democrático un supuesto referéndum que enajena el derecho de los españoles a su tierra ¿Por qué uno de Reus tiene más derecho que yo a amar y defender el Cabo de la Creus o la Cerdaña? ¿Quién lo dice? ¿Sabino Arana? La Constitución vigente dice todo lo contrario, que el pueblo español es soberano en todo el territorio nacional. No, este referéndum que se impone es el gesto dictatorial de una minoría que pretende convertir su voluntad en ley. La mala fe usada para ello ha confundido a muchos demócratas, que creen ya que votar la independencia de Cataluña es necesario. «Quiero votar –me decía un catalán residente en Madrid– porque necesito defender mi tierra de la independencia, quiero decir que no».
Pasó el tiempo en que creíamos que Cataluña era muy extranjera y cosmopolita. Cataluña es, más que nunca, españolísima y fenicia. Españolísima porque los independentistas hacen de su capa un sayo, saltándose las leyes, como en la mejor tradición del cantonalismo o los golpes militares del XIX. Y fenicia porque ha comerciado con la verdad y disfrazado los fundamentos totalitarios del nacionalismo excluyente.
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