Novela

La maldad seduce

La Razón
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Me temo que este artículo va a adoptar la forma de las cartas de amor que, según Rousseau, se empiezan sin saber lo que se va a decir y se terminan sin saber lo que se ha dicho. Quizá más por los ojos que la leen, que por las manos que la escriben. Suele ocurrir cuando se habla de los instintos más bajos del ser humano.

Sentimos una especie de seducción por la maldad, especialmente, por sus sujetos. Hace unos días falleció Charles Manson, considerado un asesino en serie al ser condenado como autor intelectual del asesinato de 7 personas. Casi al mismo tiempo, murió el capo de los capos de la mafia siciliana, Salvatore «Totò» Riina. Su pueblo, Corleone, vive prácticamente del turismo que el cine, los libros y la televisión le han concedido gracias al interés despertado por su vecino más «ilustre». Como sucedió en su día con Al Capone, muchos oriundos se muestran agradecidos al mafioso y reconocen que sólo hizo cosas buenas, a pesar de ser uno de los jefes más viles y sanguinarios de la Cosa Nostra. La maldad atrae a las masas, y los malvados les seducen. Ejercen una especie de fascinación irracional, envueltos en un hipotético carisma que cautiva a las admiradoras con las que se casan. El asesino en serie Ted Bundy, que violó y mató a decenas de mujeres, recibía miles de cartas de enamoradas. El asesino confeso de Marta del Castillo, Miguel Carcaño, recibe proposiciones de matrimonio y misivas apasionadas. Maquiavelo tenía razón: el primer método para evaluar la inteligencia de un líder, es observar a quien le rodea.

Algunos periodistas comparten esa atracción. Se dejan la piel y otras muchas cosas por entrevistar a un asesino en serie, a un mafioso, a un terrorista, y cuando lo consiguen, se felicitan entre ellos, entre nosotros. Puede ser reflejo de lo que quiere la sociedad, pero también puede ser que los medios manufacturen el espejo en el que esa sociedad se observa. No lo tengo claro. Lo cierto es que un malo vende más que un bueno. No sé quién estableció esas reglas de mercado, pero parecen inamovibles. Quizá vaya siendo hora de hacérselo mirar. O quizá, es que no podemos dejar de mirar.