José María Marco
La Mezquita politizada
De la campaña a favor de la expropiación o nacionalización de la Mezquita de Córdoba sobrevivirá el manifiesto llamando a «salvar» el monumento, como si estuviera en peligro o, mejor dicho, como si la titularidad por parte de la Iglesia católica pusiera en peligro su estatuto de «Patrimonio Universal», tal como declaró la UNESCO hace treinta años.
Puestos a hacerse preguntas, no se sabe muy bien por qué la titularidad de la Iglesia católica es menos «universal» que la del Estado, no digamos ya la de la Junta de Andalucía... Evidentemente, no se trata de eso, sino de hacer política con el pasado, y tal vez con la religión, colocando a la Iglesia y a quienes defienden la legalidad en un brete en el que acabarán apareciendo como represores de la diversidad cultural, por no decir fanáticos cavernarios que aspiran a resucitar a Santiago Matamoros.
Es cierto que España se presta como pocos países a estos juegos retrospectivos. La historia de nuestro país es tan larga, tan rica, y sobre todo requiere tener en cuenta tantas perspectivas diversas, y no siempre reconciliables, que es materia a propósito para quienes quieren incendiar el debate político con consideraciones que le son ajenas. Nuestra izquierda, como los nacionalistas, siempre ha mirado para atrás, y una y otra vez se ha empeñado en cambiar el pasado. Esta obsesión ha llevado a situaciones de bloqueo, resuelto muchas veces mediante la violencia. Ni el pasado es rectificable, por desgracia, ni la política, en presente, admite dosis demasiado altas de historia.
Es razonable pensar que el Estado español debe ser un Estado laico y que la separación con respecto a la Iglesia ha de ser más drástica. Se puede también pensar (mucha gente participamos de esta idea) que al relato histórico español actual le sigue faltando sensibilidad para con nuestros antiguos compatriotas musulmanes y judíos, tan españoles como los cristianos. Nada de eso, sin embargo, se conseguirá forzando la historia para encajarla en nuestra forma de vida actual y, mucho menos, utilizándola para fines políticos. España es un país muy complejo. Comprenderlo requiere un grado alto de sofisticación y de tolerancia, además de cierto sentido del humor, que es lo que nuestros mayores nos legaron. Los firmantes del texto se podrían preguntar por qué a la catedral de Córdoba se la ha llamado siempre mezquita, por ejemplo. Más que seguir empeñados en rectificarlo, manipularlo y politizarlo, lo que podríamos hacer con el pasado es intentar aprender de él. (Cosa que no se hará, ni que decir tiene).
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