José María Marco

La misa

Como se sabe, la proclamación del Rey Don Felipe VI no irá acompañada de una misa pública. Es un cambio importante, no un simple «aggiornamento». Nuestro país tiene una profunda tradición católica y esta decisión plantea con cierto dramatismo la relación de las instituciones políticas con esa historia. Vaya por delante que la existencia de una tradición católica, aunque sea tan importante como la nuestra, no quiere decir que esa tradición esté igualmente viva en el presente. No lo está y todo, incluidas las estadísticas, lo confirma. Es cierto, por otro lado, que la Monarquía encarna la nación y representa por tanto la continuidad de nuestro país. Sin embargo, eso mismo permite entender y justificar tanto la relación pública de la Corona con la confesión católica como su distanciamiento. Lo primero pone el acento en la presencia del pasado en el presente. Lo segundo, en la realidad actual, que, aunque sea fruto del pasado, maneja otras variables y otras realidades.

Tan interesante al menos como la consideración anterior es el hecho de que la Corona, y muy en particular el Monarca, representaba el vínculo por medio del cual el orden social comunicaba con la trascendencia, que organizaba a partir de ahí la sociedad entera. Por eso pocas monarquías sobreviven a lo que se ha llamado la salida de la religión, que ocurre a principios del siglo XX, cuando nuestras sociedades dejan de estar ancladas en un orden trascendente. Los países que lograron conservarlas, por otra parte, no conocieron muchos de los desastres que aquel cambio tan profundo trajo aparejados.

El caso español es muy particular, porque aquí los reyes, a pesar de todo, no han tenido el carácter eminentemente sagrado que sí tenían en Francia y en Inglaterra. Si Doña Isabel y Don Fernando fueron designados Reyes Católicos es porque no lo eran, del mismo modo que los ingleses y los franceses. Además, aquí el monarca no está a la cabeza de una iglesia nacional, como ocurre en varios países protestantes, en particular en Gran Bretaña. Los monarcas españoles acataban un orden superior y la relación privilegiada de la Corona española con la Iglesia católica romana significaba más bien una limitación al poder del monarca, aunque este argumento sólo sirve ya para personas muy nostálgicas. Una de las pocas monarquías que sobrevive en un país antes católico desata el lazo que la unía a uno de los últimos símbolos de su antigua naturaleza, aún discernible en su realidad actual. Es un paso arriesgado, y todos debemos esperar que salga bien.