Francisco Marhuenda
La Monarquía y la Iglesia
España es un país mayoritariamente católico. Esto no quiere decir que tenga que ser confesional, pero tampoco que la religión sea relegada al ámbito de la vida privada y arrancada de raíz de la vida pública. Es lo que desearían las minorías anticlericales que desde el siglo XIX muestran un odio irracional a la Iglesia mientras veneran el laicismo. La libertad religiosa puede y debe coexistir con un respeto por el sentimiento religioso de la inmensa mayoría de la sociedad española. Es lo que hacen los países más avanzados del mundo. No entiendo por qué la minoría tiene que imponer su voluntad a la mayoría. Las tradiciones y las costumbres son muy importantes en cualquier nación e institución. No se las puede despojar de ellas porque entonces perderían su sentido. Es algo que no se plantea, por poner algún ejemplo, en Estados Unidos, Gran Bretaña o Japón. La izquierda laicista sitúa el canon de lo políticamente correcto en la exclusión de la Iglesia de la vida pública y su conversión en poco más que una ONG. Poco a poco van consiguiendo pequeños avances, pero cabe pedirle que sea más respetuosa con el sentimiento mayoritario de la sociedad española. La visita de los Reyes al Papa forma parte de la normalidad institucional y refleja muy bien la realidad española. Es cierto que el Papa Francisco despierta apoyo entre esa izquierda anticlerical porque piensa, como me decía uno de ellos, que es un «progre». Es un planteamiento equivocado, porque el Papa sigue la misma línea de apertura y preocupación por los más desfavorecidos que mostraban sus antecesores. La Iglesia está donde tiene que estar. El Papa conoce bien España, donde ha celebrado ejercicios espirituales, visitado en varias ocasiones y cuenta con buenos amigos. En estos tiempos nuevos y tan acelerados es la persona adecuada para llevar el timón de la Iglesia y ampliar su enorme peso en todo el mundo. La relación de la Corona y la Iglesia ha sido siempre intensa e importante y, como es lógico, seguirá siéndolo porque no se entendería España, al igual que el resto de Europa, sin sus raíces cristianas. Esta realidad pasada, presente y futura es coherente y compatible con la libertad religiosa.
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