Enrique López
La nación imposible
Hay que reconocer que la situación política en España es extraña y da para mucho, sobre todo para valorar los diferentes grados de compromiso con el interés general de España y de los españoles de las diferentes fuerzas políticas, así como la seriedad de sus respectivas posturas; no seré yo el que ponga siglas encima de los diferentes grados, no es prudente, pero mucho menos necesario, puesto que muchas afamadas firmas ya han escrito y hablado sobre ello. Pero un debate también da para mucho, y el otro día pudimos escuchar alusiones a la nación vasca, a su existencia, y para mayor sorpresa a una presunta existencia anterior a la Nación española. De Lolme decía que el parlamento británico lo podía todo, menos convertir a un hombre en una mujer y viceversa, pero pronto se comprobó el doble error ínsito en la frase, porque ni el parlamento lo puede todo, ni es imposible cambiar de sexo. Precisamente para poner coto a este pensamiento nace el nuevo constitucionalismo del siglo XX, donde las constituciones establecen los límites a los poderes, y se dan competencias a ciertos tribunales para imponer los mandatos de la constitución. El término nación tiene dos acepciones: la nación política, en el ámbito jurídico-político como un sujeto político en el que reside la soberanía constituyente de un Estado, y la nación cultural, concepto más subjetivo y ambiguo que el anterior, y que se puede definir a grandes rasgos, como una comunidad humana con ciertas características culturales comunes, y aquí hay mucha libertad en su identificación, pero aun así hay que establecer realidades y no sueños. A estas realidades nuestra Constitución las denomina nacionalidades, como algo más que una región, pero a ambas se las dota de autonomía política, y en el caso del País Vasco de un autogobierno que ya querrían para sí muchos estados federados. Pero aun así se discute de naciones de forma permanente, se habla de nación vasca, catalana, gallega, balear, canaria, andaluza, valenciana, etc., y la cuestión es qué queda de España. En fin, el sentido común y el respeto a la Constitución ponen límites a estos desvaríos con tan poco rigor histórico como político. Algunos sostienen que los imperativos constitucionales denominando únicamente a España como Nación, al pueblo español como único sujeto político soberano y la indisolubilidad de la Nación española y la integridad del territorio español, fueron imposiciones de políticos tardo franquistas, y ello mediante amenazas de involución. Y yo me pregunto, cuando la Constitución de 1931 sancionaba que «La República constituye un Estado integral, compatible con la autonomía de los Municipios y las Regiones», y cuando en su artículo ocho decía que «El estado español, dentro de los límites irreductibles de su territorio actual, estará integrado por Municipios mancomunados en provincias y por las regiones que se constituyan en régimen de autonomía», ¿qué políticos franquistas inspiraron semejante texto?; no olvidemos que irreductible es sinónimo de irreducible, que viene a ser una cláusula de indisolubilidad como la actual. Esto es España, y así la reconoció un estado republicano hace más de ochenta años, y así la define nuestra actual Constitución.
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