Cristina López Schlichting
La nueva España
España ha cambiado y lo ha hecho al ritmo de la Monarquía. Y es bueno que empecemos a enorgullecernos. Del discurso de abdicación del Rey me quedo con su presentación del Príncipe heredero: «La estabilidad, seña de identidad de la Corona». Hasta ahora, los españoles teníamos fama de inestables. Nuestra historia del siglo XIX y primera mitad del XX era pródiga en vaivenes tumultuosos y sangrientas guerras civiles. Me gusta preguntar a los grandes qué piensan de nuestro país y colecciono sus respuestas. Julio Iglesias me definió España como «un país lleno de sol y mares, con excepcionales pintores, que debe aprender a dejar de tirar piedras sobre su propio tejado y a perseverar, trabajar a largo plazo». Antonio Fraguas, Forges, me resumió así las características nacionales: «Ruido excesivo, amor a los niños y envidia». Es verdad que una cierta envidia nos lleva a lanzarnos a mordiscos unos contra otros y también que somos cortoplacistas. Pero en eso hemos madurado mucho en los últimos cuarenta años, justo los que Don Juan Carlos ha estado en el trono, en parte no despreciable porque la Corona ha contribuido con su estabilidad intrínseca a la del país. La prueba es nuestra imagen internacional. Es verdad que la crisis ha abollado un poco los logros pasados, pero estamos recuperando posiciones a toda velocidad. España es sólida. Y su rostro constante y perseverante, ha sido el Rey. El monarca joven de los años setenta ha ido madurando y envejeciendo, pero mientras otros cambiaban, la gente del mundo se acostumbró a decir Juan Carlos I. El resultado es que, más allá de nuestras fronteras y el fútbol, los españoles más universales son Julio Iglesias y el Rey. Esto no es anecdótico. Hemos demostrado que podemos ser unívocos en el tiempo. Hemos probado permanencia y equilibrio. España sale del reinado de Juan Carlos I fortalecida. Para empezar, porque ha sido el Rey de todos, el de Carrillo y Tarancón. En segundo lugar, porque hizo lo que Franco no supo hacer, quitarse de en medio como monarca absoluto para dar paso a la democracia parlamentaria y, finalmente, porque ha ido criando a su sombra un vástago capaz de representar a una nueva generación de la ilusión. Con Felipe VI, España demuestra ante el escenario internacional que somos un país previsor e inteligente. El heredero está extraordinariamente formado, es sereno y prudente y un demócrata ejemplar. Una hora larga de conversación privada con él y varias comidas en común me permiten decirlo. El legado del padre no se agota con él. Nuestro mérito estriba en haber anticipado el relevo, puesto los medios y encauzado la sucesión. Es un modelo de éxito del que podemos sentirnos legítimamente orgullosos. La estabilidad hecha fórmula de Estado.
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