José María Marco

La nueva política

La Razón
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Habrá quien vea en la deriva independentista del Parlamento catalán una consecuencia de los actuales tiempos de debilidad del gobierno central, fruto a su vez de la nueva situación surgida tras las dos elecciones del 20-D y el 27-J. En realidad, es al revés. Es cierto que esta deriva procede de otro momento de debilidad del gobierno central cuando, en 2012, estábamos a punto de quebrar. Entonces, ante lo que parecía una manifiesta incapacidad de los españoles para gobernarse ellos mismos, los nacionalistas creyeron llegado el momento de dar por terminado el capítulo de la nacionalización de Cataluña y saltar al de la independencia. Ahora bien, este salto no era posible sin todo el recorrido previo, que arranca de los inicios de la democracia, cuando se dejó a los nacionalistas el papel fundamental de bisagra. Así se sobredimensionó su relevancia, una relevancia de la que, en realidad, carecen. Hay que tenerlos en cuenta, pero los nacionalistas no son imprescindibles para gobernar España. La estrategia independentista debería haber llevado, ya entre 2011 y 2015, a un replanteamiento de la política española. Era el momento de reestablecer algunos grandes pactos de alcance nacional, entre ellos la cuestión autonómica (hay más: enseñanza o pensiones, por ejemplo). Así se habría liberado a la sociedad española de la hipoteca nacionalista. No se hizo, aunque el éxito del Gobierno de Rajoy y la dinámica de la política catalana, siempre tan aficionada a los esperpentos, ha degradado el nacionalismo hasta la parodia escenificada en el Parlament. Se debate la naturaleza de la respuesta que este gesto, a todas luces subversivo y anticonstitucional, se merece. En vista de la desorbitada política catalana y de su progresiva irrelevancia, tienen muchas bazas a favor aquellos que preconizan una respuesta centrada en el cumplimiento de las leyes. Con dos salvedades, sin embargo. Una es que, así como no debería haber sobreactuación, tampoco debería haber –ayer lo dijo LA RAZÓN– una excesiva prudencia, que podría ser interpretada como tolerancia o incluso complicidad. La otra es un nuevo llamamiento a que los partidos nacionales sean conscientes de lo que eso significa: estar dispuestos a establecer pactos nacionales, que no hipotecan más que los firmados con los nacionalistas; intensificar la presencia del Estado en Cataluña, y recomponer la nacionalidad española en sus auténticos términos, constitucionales y democráticos, cobardías tecnocráticas. ¿Por qué habrá tanto miedo a vivir sin la tutela nacionalista?