José María Marco

La nueva Unión

La Razón
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Hay que reconocer que el plan de «secesión exprés en seis meses», como ayer titulaba LA RAZÓN, es lo más parecido a un hallazgo de todo lo que en los últimos tiempos, desde el fallido referéndum del 9-N, se le ha ocurrido al nacionalismo catalán. Colocar a la cabeza de la lista unitaria a un comunista ecológico, madrileño y recién convertido al independentismo tampoco está mal, como decía en estas mismas páginas Toni Bolaño. Y que Convergencia, y el propio Mas, se difuminen en la movida es, seguramente, el colmo de la habilidad...

Habilidad del universo nacionalista catalán que nadie entiende fuera de ahí, con claves cada vez más herméticas para quien no participe de los juegos bizantinos propios de un mundo ajeno a la realidad que le rodea. El presunto maquiavelismo catalán (es decir, nacionalista), que iba a enseñarnos sofisticación política al resto de los españoles, brutos como somos, está acabando en un juego de autistas. Ni siquiera parecen darse cuenta de que la evolución de la realidad europea se encamina a un mundo en el que el término soberanía está cambiando de sentido y la palabra secesión es el síntoma de una patología.

Lo ocurrido en Grecia con Syriza y el auge de los populismos (nacionalistas todos ellos, incluido Podemos) en la Unión Europea está llevando al deslinde cada vez más claro del terreno. Por un lado están los que desean estabilidad, progreso e integración en la Unión. Por otro, los que están empeñados en acabar con ese espacio –prosaico, sin duda, y con importantes defectos– pero aun así sinónimo de solidaridad, tolerancia, democracia y libertad. Todo el mundo tiene ya claro dónde están los secesionistas catalanes: más que del lado de la Unión, del de la bullanga plebiscitaria y el caudillismo.

Después del verano, el Gobierno central tendrá la oportunidad de demostrar al electorado que está dispuesto a asumir las responsabilidades que le incumben. No hará falta alzar el tono, ni recurrir a extremismos. Al revés, habrá que actuar en consecuencia con los principios constitucionales, con lo que le pide la opinión pública española y con lo que se le va a pedir desde la Unión. Si lo hace bien, y lo puede hacer, probablemente saldrá reforzado de la prueba, hasta un punto tal vez impensable ahora mismo. Si se centra en la tecnocracia y la respuesta jurídica, no es descabellado pensar que ocurrirá lo contrario. Eso es lo que va a estar en juego, y no la imaginaria secesión de una región europea porque española.