Julián Cabrera
La oportunidad panameña
No le faltaba razón hace cuatro años al actual presidente del Gobierno, cuando desde su condición de líder opositor al Ejecutivo de Rodríguez Zapatero apuntaba que a la cumbre iberoamericana que se celebraría en Mar del Plata no acudiría «ni el tato». Desde entonces han pasado muchas cosas, entre ellas que Mariano Rajoy llegaba a La Moncloa.
Pero el que Rajoy ahora esté presidiendo el Gobierno y en este asunto como en muchos otros vea las cosas bajo la óptica de derivadas muy distintas, no resta razón a aquellas afirmaciones. A las cumbres iberoamericanas ni acuden todos los que son ni se puede mostrar un balance después de veintitrés años de auténtico avance en la cohesión política y económica de la comunidad latinoamericana.
He tenido oportunidad de informar sobre casi todas las cumbres anteriores y lo indicativo es que en mi recuerdo prevalecen las anécdotas muy por encima de las conclusiones de calado. La sustancia de una cumbre iberoamericana no puede ser ni el «por qué no te callas» del Rey al histrión Chávez, ni la corbata regalada por Felipe González a Fidel Castro, ni la imagen de Evo pegándole patadas a un balón. La de Panamá, esta vez sin la presencia física del Rey al que ediciones anteriores deben los muebles salvados, y a la espera de la llegada de Rajoy, tiene la oportunidad de dejar atrás los numeritos del populismo de chándal y las estampitas de San Hugo Chávez, para tomar una senda ya marcada por chilenos y brasileños hacia el desarrollo y el garantismo legal. En esto el papel de España como segundo inversor en ese continente ha de ser esencial, porque corremos el riesgo de ceder el protagonismo a otras manos y otros ojos que miran con avidez, por ejemplo desde Pekín.
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