Martín Prieto
La oración de las banderas
En la Tierra de Fuego, familias surcoreanas cultivan lechugas que exportan a su país y mantienen sus sembrados cercados por banderolas agitadas salvajemente por los cruzados vientos australes. Creí que era una coquetería nacionalista hasta que me advirtieron que eran banderas de oración. Recitando mantras, ¿cuántas veces hay que girar los cilindros piadosos para que la divinidad nos sea propicia? Es un arcano. Al menos la Historia económica advierte que las hirvientes burbujas financieras duran una media de diez años, desde la holandesa de los bulbos de tulipán de 1636 a la inmobiliaria de Estados Unidos, Reino Unido, Irlanda, España e Islandia del 2007 expandida en la eurozona por los bonos tóxicos japoneses, pasando por el «Tequilazo» de 1970 o el reventón bursátil del sudeste asiático de 1992. Si nos recostamos en las dudosas estadísticas, hacia 2017 la crisis comenzará a dejarnos respirar, y nos conviene hacer girar este cilindro oratorio. Los seis millones de parados que nos afligen estaban en las coplas de ciego desde antes que se marchara Zapatero, y no hacía falta ser Casandra. Y hasta son más, si diluimos el maquillaje administrativo. Y llegaremos a los siete millones sin necesidad de ser pesimistas. El Gobierno cambia las reglas y ajusta el Presupuesto despidiendo funcionarios pero «per se» no crea empleos; eso es cosa de empresarios y banqueros. La Moncloa no es el INEM y hacen bien los ministros en no consolarnos con ilusorios brotes verdes. Esto es una pendiente y la gravedad y la inercia nos llevan hasta el fondo. La dirigencia socialista es capaz de retrotraernos a la memoria de 1936, pero no tolera que se hable de la herencia recibida de la administración zapaterista que negó la crisis más que San Pedro y necesitó de las llamadas del Presidente chino y Obama para salir de su estupor y contemplar la desolación que denominaban «leve desaceleración económica». Se entiende la angustia de los que esperan una riada de empleos tras cada Consejo de Ministros, pero más vale mirar con paciencia cómo flamean las banderas de oración.
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