Toni Bolaño

La (pen)última boutade

Se atribuye a Tarradellas la frase «en política se puede hacer de todo menos el ridículo». Unos presidentes más tarde, el número 129 se ha empeñado en llevarle la contraria. La prórroga de los Presupuestos de 2012 ha sido un marco excepcional para comprobar los límites de ese ridículo que de tantas veces traspasados nos ha hecho perder la vergüenza ajena. Mas ha justificado la prórroga presupuestaria para «plantar cara» a un «déficit ilegal». En 2011 y 2012, el mismo presidente se erigía en el «deshacedor de entuertos y hacedor de recortes». No le tembló el pulso y no le oímos plantar cara a las tesis del austericidio. Al contrario, las jaleaba sin rubor. No plantó cara. Sacó pecho.

El batacazo electoral, del que no le salvó ni su viaje a Ítaca, fue un reflejo del hartazgo social a esas políticas. Afrontar nuevos recortes se le hacía cuesta arriba al presidente y prefiere blandir el cerrojo presupuestario como una nueva afrenta a Cataluña. Ahora planta cara pero sólo de cara a la galería sobre el epitafio «la culpa siempre es de otros». Por eso, nos explica un cuento en el que olvida, y no explica, que la prórroga es sinónimo de recortes –no desaparecerán como arte de magia– y de un año en blanco. Reclama el impuesto sobre la banca bloqueado por Rajoy escondiendo bajo las alfombras la recuperación del impuesto de sucesiones, ese que abolió y que sólo beneficia a unos cuantos. Se rasga las vestiduras sobre deudas pendientes –y reales– del Estado ocultando que la Generalitat debe casi la misma cantidad a los ayuntamientos a los que exige, por ejemplo, que sean activos en la lucha contra la pobreza. Se queja del brebaje que le obliga a beber Montoro pero utiliza la misma medicina con los consistorios.

Por si supiera a poco su teatralización para eludir sus responsabilidades, desentierra el hacha de guerra cual Toro Sentado y anuncia que el «déficit ilegal» será llevado a la Justicia. Tal ardor guerrero es encomiable. Mas está en su derecho de discrepar del límite de déficit, pero llevarlo a los tribunales se antoja una «boutade» que sólo servirá para excitar los sentimientos y camuflar una parálisis gubernamental que se antoja insufrible. Aunque fuera mucho pedir, sería positivo que en Cataluña se hiciera política, sin traspasar constantemente esa delgada línea del ridículo.