Alfonso Ussía

La pérgola y el tenis

La Razón
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Por si me distraigo y se me olvida. Puigdemont ha hecho el payaso en Dinamarca y el magistrado Llarena no ha caído en la trampa.

He seguido los dos primeros sets del partido de tenis entre Nadal y Cilic. El primero para Nadal y el segundo para Cilic. Y he llegado a una conclusión, nada agradable. Que ahora se juega mucho mejor al tenis que en mis tiempos. Mi pariente político –tío en segundo grado-, el poeta segoviano-barcelonés Jaime Gil de Biedma, ya inmerso en las primeras oleadas de la «gauche divine», pidió perdón en uno de sus bellísimos poemas por haber nacido en una clase y una época. «Yo nací, perdonadme, en la edad de la pérgola y el tenis». Se arrepentía de lo inmutable. Conocí y traté a Jaime Gil de Biedma en Comillas. Inteligente, divertido, irónico y resueltamente femenino. Como poeta, formidable. Sobrevoló los prejuicios familiares y vivió en Barcelona, libre y admirado. Su final fue doloroso y trágico.

La pérgola y el tenis. Todavía en mi generación, en los años de juventud donostiarra, la pérgola y el tenis caminaban juntos en la estética. Los había más de pérgola y más de tenis, y yo pertenecí al segundo grupo. Jugaba muy bien, pero no con la precisión, la fuerza y la contundencia de Nadal y Cilic. Las raquetas eran diminutas, con un arco de madera muy invasivo. La «Maxpli» de Dunlop y la «Slazenger». No existía la ATP, y por ello, no puedo calcular mi ubicación en la clasificación. Probablemente no entraría en los cien primeros. Fui mejor en la red que en el fondo de la pista, y en los campeonatos mixtos compartí esfuerzo con dos mujeres de armas tomar. Esperanza Aguirre, sobrina de Jaime Gil de Biedma, y Pilar Choperena, precursora de los ocho apellidos vascos. Choperena, Aizpúrua, Ubiría, Beristáin, Ochoteco, Añorga, Oñaederra y Basurto. A pesar de ello, perdíamos. Una donostiarra maravillosa, pero con un revés muy mejorable.

En algunas casas se complementaban la pérgola y el tenis. Pero nadie pedía perdón por disfrutar de una y de otro. Todavía, en el sector masculino, algunos jugaban con pantalones largos, siempre blancos, porque en la edad de la pérgola y el tenis, el blanco era obligatorio, como en Wimbledon. Y la condesa de Gomar, con ocho decenios a sus espaldas, competía en las pistas del Real Club de Tenis de San Sebastián, y se lamentaba y solicitaba excusas por la alta intensidad de sus lamentos cuando fallaba una bola, en francés. «¡Merde!», susurraba. Y posteriormente se dirigía al público: «Pardon».

Por ahí, se movía de un lado al otro, sin descanso, la figura espigada de Javier de Satrústegui. Gracias a él y a su hermana Ana Mari, señora de Vergarajáuregui, se salvaron muchas instituciones sociales y deportivas de San Sebastián, principalmente el Tenis y el Real Club Náutico. Hoy duermen en el olvido y la ingratitud. Maravillosa época la de los últimos suspiros de las pérgolas y el tenis en la que fuera la ciudad más bonita, acogedora y con más clase de España.

Pero vuelvo al juego. No hacíamos un tenis como el de Rafa Nadal. También es cierto que entrenábamos poco y y jamás acudíamos a un gimnasio. Mi único ejercicio con independencia del tenístico consistía en lanzarme al agua desde la palanca de la piscina del Tenis con mi traje de baño color mandarina. Escasa intensidad para establecer comparaciones entre mi juego y el de Rafael Nadal. Un dato a tener en cuenta. Obtuve triunfos internacionales. En 1970 derroté al tenista francés Guillaume Parmentier, que a pesar de sus 64 años, jugaba divinamente. Hoy me ha atacado la nostalgia de la pérgola y el tenis.

Por si se me olvida. Puigdemont ha hecho el ridículo en Dinamarca, y el magistrado Llarena le ha dado, simbólicamente, por retambufa.