César Vidal

La perla de los territorios de ultramar

Desde 1521, cuando una flota española llegó al archipiélago y lo reclamó para España, la vinculación de Filipinas con nuestra nación ha resultado innegable. En 1565, llegaron los primeros colonos, con Miguel López de Legazpi estableciéndose cerca de la actual Cebú. Diez años después, los españoles situaban en Manila la capital de las Indias Orientales españolas. Hasta inicios del siglo XIX, la Administración dependió del virreinato de la Nueva España, el actual México, una situación que cambió al independizarse esta nación. En esos años, los colonizadores llevaron a las Filipinas el maíz, el tomate, la patata y la piña, aparte de la religión católica y la lengua española. A medida que avanzaba el siglo XIX, la influencia de la Iglesia católica se vio cuestionada por una nueva clase burguesa formada por españoles ya nacidos en las islas –los criollos– y por los denominados mestizos o filipinos con sangre hispana. En 1872, estalló la primera revuelta anticolonial acaudillada por tres sacerdotes, Mariano Gómez, José Burgos y Jacinto Zamora –los Gomburza – , que fueron ejecutados por las autoridades españolas. Al final, la independencia estuvo más vinculada a la masonería.

En 1896, Andrés Bonifacio inició la rebelión al frente de la Katipunan, una sociedad secreta regida por masones. En 1898, al entrar en conflicto Estados Unidos con España por Cuba, Aguinaldo proclamó la independencia de Filipinas. En virtud del Tratado de París de 1898, España cedió las islas a EE UU por 20 millones de dólares. Por supuesto, la potencia vencedora no estaba dispuesta a reconocer la I República filipina y aplastó a los insurrectos. A continuación, impuso el inglés y proscribió el español. En 1935, Filipinas se convirtió en Estado libre asociado, pero no alcanzaron la independencia al ser invadidas por los japoneses en 1942. El comportamiento nipón estuvo caracterizado por la perpetración sistemática de crímenes de guerra y costó la vida a más de un millón de filipinos. También incluyeron entre sus víctimas a españoles, pero Franco no declaró la guerra a Japón hasta el 12 de abril de 1945, cuando era obvio que el III Reich estaba vencido. El 4 de julio de 1946, Filipinas se convirtió en un Estado independiente. Efímeramente fue la segunda nación más rica de la zona, pero la devastación sufrida en la guerra y las acciones del Hukbalahap, un ejército comunista fuerte en zonas rurales, impidieron que progresara. En 1965, fue elegido presidente Ferdinand Marcos, que decidió perpetuarse en el poder el 21 de septiembre de 1972 mediante el expediente de declarar la ley marcial. La justificación del golpe se quiso encontrar en la Guerra Fría y la posibilidad del avance comunista relacionado con el curso de la Guerra de Vietnam. En 1983, la dictadura dio muerte a Beningno «Ninoy» Aquino Jr., que acababa de regresar del exilio norteamericano. En 1986, Marcos derrotó a Corazón Aquino, viuda de Benigno, en las elecciones. Sin embargo, las presiones de las más diversas instancias, incluidas las Fuerzas Armadas y la Iglesia católica, lo obligaron a exiliarse. Desde entonces, las distintas administraciones no han logrado ni lejanamente superar los retos económicos y sociales. Cory Aquino se reveló incapaz de solventar desafíos como la deuda, la corrupción, la insurgencia de signo comunista y el separatismo islámico. Su sucesor, Fidel V. Ramos, sí impulsó la economía mediante la liberalización, pero la crisis de los mercados asiáticos de 1997 aniquiló esos avances. Después, Joseph Estrada –expulsado de la presidencia por la revolución de EDSA de 2000– Gloria Macapagal-Arroyo o Benigno Aquino III, en el poder desde 2010, han demostrado una clara incapacidad para imitar el ejemplo de naciones como Corea del Sur o Taiwán.

El reciente desastre sólo ha dejado de manifiesto nuevamente una trágica realidad, la de una nación que no ha conseguido remontar sus crisis sucesivas ni adquirir la coherencia necesaria para lograrlo.