Alfonso Ussía

La pinta

La Razón
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Ha dicho Pedro Sánchez, y en esta ocasión acertadamente, que Pablo Iglesias no tiene pinta para ser Presidente del Gobierno. Ha estado suave. Por su pinta, Pablo Iglesias no sería admitido ni como comercial de una empresa dedicada a la venta de sanitarios de segunda mano. Pero el gran inconveniente no radica en su pinta. Fernando VII no tenía pinta de Rey y lo fue para nuestra desgracia, aunque también hay que reconocerle rasgos positivos. Fue el impulsor de renunciar a la propiedad de la Colección Real de obras de arte en beneficio del patrimonio de todos, esa nimiedad que hoy se conoce como la colección del Museo del Prado. Pero aún así, no tenía pinta de Rey. Ni Ferenc Puskas, con treinta años y una barriga prominente tenía pinta de futbolista cuando lo contrató Santiago Bernabéu, y jugó hasta los cuarenta años convirtiéndose en uno de los grandes mitos del Real Madrid. Ni Charles Laughton tenía pinta de actor de cine, y fue de los mejores de la historia. Ni Juan XXIII, después del junco renacentista de Pío XII tenía pinta de Papa. Eso de la pinta es muy relativo, si bien es cierto que la pinta ayuda. Se abría el porton del Patio de Caballos y aparecían Antonio Ordóñez y Curro Romero con sus vestidos de torear antes de iniciar el paseíllo, y se cumplían todos los requisitos de la estética del arte de la tauromaquia. Y fuera de la plaza, vestidos de calle, también. Don Juan no fue Rey por razones conocidas, pero donde entraba lo hacía el Rey y a nadie le pasaba inadvertida su presencia. Y cuando yo era joven, en San Sebastián, cuando paseaba por el malecón de Ondarreta, los otros viandantes comentaban a mi paso: «Ahí va un gran maestro de saltos desde el trampolín que probablemente se ejercita con un traje de baño color mandarina». Y así era.

Iglesias tiene una pinta atroz, y suda mucho por los predios del sobacamen lo cual procura recelos de cercanía. No tiene pinta de Presidente del Gobierno, y para fortuna de la inteligencia, no lo va a ser. Pero el fundamental problema de Pablo Iglesias no es su pinta, sino sus palabras. Se ha dedicado en los últimos años a hablar a tontas y a locas, y las grabaciones no engañan. «In vídeo veritas». No puede ser Presidente del Gobierno de España quien reconoce que «no puede pronunciar la palabra España» porque le repugna. No puede ser Presidente del Gobierno de España, quien ha afirmado que «la ETA tuvo una justificación política». No puede ser Presidente del Gobierno de España quien reconoce «que disfruta cuando en una manifestación es golpeado un policía antidisturbios». Todo eso está grabado y en posesión de millones de personas, y no hay posibilidad de rectificarlo, amañarlo ni borrarlo.

Lo curioso es que a un individuo que le molesta y hiere la palabra «España» –tanto que no puede pronunciarla–, quiera ser el Presidente del Gobierno de España. Posiblemente, con la única finalidad de que España deje de existir para evitarle el disgusto de su pronunciación. Ese imposible Presidente del Gobierno de España, sería custodiado y protegido por la Guardia Civil y la Policía Nacional, cuyos miembros apaleados por los manifestantes tanto le han hecho disfrutar. Dos Policías Nacionales, dos héroes, don Jorge García Tudela –estremecedor el texto de su hermano don Rafael–, y don Isidro Gabino San Martín, acaban de ser asesinados en Afganistán por terroristas del Estado Islámico, a los que Pablo Iglesias y los suyos no consideran como tales. Podría darse el caso de que uno de ellos, en cierto y no lejano ayer, fuera el policía golpeado en una manifestación por la manada que tanto divertía a Iglesias. Y ese Presidente del Gobierno de España, que ha pactado con los representantes del terrorismo etarra, tendrá que mirar a los ojos, más de una vez, a los miembros de las familias de los mil asesinados por la ETA, aunque sea cuando les reconfirme que en su opinión, las muertes de los suyos tuvieron una justificación política.

No es la pinta lo que le falla a Iglesias, que le falla y mucho. Es su palabra grabada, su podredumbre enlatada en los vídeos de la vergüenza.