El desafío independentista

La plurimezquindad de Puigdemont

La Razón
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Definitivamente Carles Puigdemont ha perdido todas las referencias. Es como un «bou embolat» desbocado. Lo más preocupante de su «machada» ante la comisión jurídica de la Generalitat comparando la persistencia en el proceso soberanista con la que tuvo el Estado para derrotar a ETA es justamente que no se trató de una apreciación espontánea, sino de un mensaje perfectamente medido. El «president», en su obsesión por justificar la razón que le ha llevado junto a sus heterogéneos compañeros de viaje a este callejón sin salida, parece dispuesto, no sólo a continuar abrazando cómicamente a cualquier farola, sino a aprovechar el más mínimo resquicio, por pútrido que resulte, en un intento extremo, casi en un rictus, por mantener la alienación que le impide mirar atrás temiendo convertirse en estatua de sal.

El empeño en buscar la concomitancia fácil, aún incurriendo en la burda comparación de una banda terrorista con el Estado que la combatió –banda, que no olvidemos, mataba a inocentes como los de Hipercor en nombre precisamente de una reivindicación independentista–, además de vaticinarnos venideros «momentos de gloria» en la dialéctica soberanista, especialmente en un Puigdemont dispuesto a inmolarse políticamente por la causa, lo que viene a confirmar es un proceso de ultima traca que buscará monopolizar toda la atención en un verano políticamente inhábil y siempre en la vigilancia de cualquier movimiento en falso desde un Gobierno al que se fiscaliza desde todos los ángulos de tiro con mayor gratuidad que nunca.

Pues bien, con este y con algunos como este buscaría, en un futuro precedido por la carcasa vacía de la plurinacionalidad, el entendimiento el nuevo PSOE de un Pedro Sánchez aún por ver si estará dispuesto a esperar casi tres años para echar a Rajoy de la Moncloa por la vía de las elecciones y cuando toquen. Seamos claros, cuando el líder socialista habla de «fuerzas de cambio», lo que realmente está haciendo es abrir el abanico más allá de Podemos y Ciudadanos que hoy por hoy son agua y aceite , salvo que el nuevo timonel de Ferraz tenga la fórmula mágica para unir en el mismo cuerpo anti PP al padre, al hijo y al Espíritu Santo. Por lo tanto –y consciente de que el PNV juega a estas alturas en una liga menos temeraria y más provechosa– lo que toca es labrarse la confianza de aquellos a quienes se puede ofrecer la expectativa –que no el compromiso por casi imposible– de la reforma de la Constitución en su artículo 2.

Sánchez ya trabaja en esa anunciada «oposición de Estado» que no es más que otro «cordón sanitario» frente al PP y aquí cabe confiar –tal vez agarrándonos ingenuamente a un palo ardiendo– en que su viaje de regreso a las posiciones de la primavera de 2016 conlleve un plus de madurez en el equipaje, sobre todo porque la respuesta al desafío encabezado por el lenguaraz Puigdemont necesitará de algo más que un texto del septuagenario Alfonso Guerra recordándonos que la Constitución tiene artículos que no están de adorno.