Alfonso Ussía

La Policía Montada

Pensaba escribir de la carroña supuestamente blanca que se manifestó ayer ante el hospital en cuya UVI permanece Cristina Cifuentes. Pero lo han hecho muchos justos y sabios. Pensaba escribir de un tuit firmado en la red por un tal Óscar Ruiz González. «Yo también exijo que Cristina Cifuentes sea atendida en un hospital privado y que apechugue con su ideología y la de su partido». Renuncio a ello por dos motivos. Ignoro a qué se dedica este primate y no se me antoja conveniente ni saludable comentar lo que ha dicho un chimpancé. Detesto el odio y agosto, ya melancólico, me inspira otros rumbos. Me apresuro, pues, a escribir de uno de los mejores hallazgos de Antonio Burgos, el gran escritor sevillano de ABC, romano y barroco como su ciudad, avanzado desmitificador y compadre del arriba firmante.

He viajado mucho con Antonio. En Moscú decidimos al unísono que en nada nos recordaba la capital rusa a Jerez. Fue el único expedicionario que se apercibió, durante la larga audiencia que nos concedió Gorbachov, de la preocupación del guía de la Perestroika por los chiringuitos. Junto al Parque Krüger, en Sabi-Sabi, ya con la noche aplanada sobre nosotros y rodeados de rugidos de leones y alaridos de hienas, no se le ocurrió otra cosa que establecer una comparación entre aquella peligrosa situación y una acampada en el Rocío. En Ulundi, tierra santa de los zulúes y recibidos por el Príncipe Mangoshotu Buthelesi, que vestía de gris perla, camisa gris perla, corbata gris perla, calcetines grises perla y zapatos grises perla, me regaló este comentario mientras nos hacíamos la foto de rigor: «En España no se atreve a vestir así ni Porrinas de Badajoz». Y en la mar océana, Atlántico rumbo a Guadalupe desde Lisboa, fue el primero en apreciar que el capitán del «J.J Sister» –que fue sustituido en San Juan de Puerto Rico–, era en realidad un polizonte. Eso, una avería eléctrica en la mitad del Atlántico y el Capitán que quería responsabilizar del desarreglo a la Compañía Sevillana de Electricidad.

Pero se ha superado al escribir de la dichosa «chupinera» proetarra de Bilbao, a la que la Justicia le ha prohibido ejercer su tontería de cargo y nombramiento, y ella ha ejercido de tal pasándose a la Justicia por el forro de sus calzoncillos, porque si nos atenemos a su aspecto, es mujer de calzoncillos «Ocean», los que marcaban paquete. Los escritores andaluces tienen esa luz que a otros nos falta, y el hallazgo de Burgos ha sido descubrir que en realidad, la «chupinera» de las Fiestas de Bilbao va vestida de Policía Montada del Canadá. Sólo se distancia la uniformidad de un policía montado de la «chupinera» y su corte en la chapela, que sustituye al estético sombrero de ala media de los jinetes canadienses.

En un documento gráfico estremecedor que hoy –por ayer–, ofrecía LA RAZÓN, la «chupinera» Artola de la Policía Montada, se abraza y besa con otra policía montada de parejo desvanecimiento estético, Arancha Carballo, recién liberada por la Justicia después de cumplir unos cuantos años de condena por su amable y fallido intento de asesinar a Manuel Fraga. Y están rodeadas durante el beso por otras policías montadas capaces de deslomar al más fuerte y poderoso caballo de la formidable y justiciera institución canadiense. Muy abundantes y ricas pochas y cocochas han contribuido a que los cuerpos de las chupineras –la etarra liberada incluida–, hayan aconsejado a los jefes de la Policía Montada a destinarlas a labores de a pie, porque no hay caballo que pueda perseguir a un cazador furtivo por las montañas del Canadá con una chupinera sobre los lomos sin riesgo de desmoronamiento total de su columna vertebral. Un equino percherón lo soportaría, pero son lentos para alcanzar a los caballos de los malos.

Podría haber escrito de los impresentables sindicalistas de la Sanidad que se manifiestan ante un hospital para insultar a una paciente allí ingresada, pero me lo ha desaconsejado la agonía de agosto. Y de ese tal Óscar Ruiz González, al que deseo de corazón que no sufra accidente alguno para que pueda ser feliz en su selva. La sonrisa es el mejor antídoto contra el odio, la carroña y la perversidad, aunque la perversidad sea también la fundamental condición de esa chupinera que besa a las etarras entre sus gordas, todas vestidas de policías montadas del Canadá, según el talento de Antonio Burgos. ¿Has visto, Antonio? En LA RAZÓN nos encanta escribir bien de los grandes escritores de ABC.