Alfonso Ussía

La portada y los piojos

El pasado jueves, mi periódico, «La Razón», dio una lección de valentía, coraje, periodismo y firmeza con su fabulosa portada. Me sentí muy orgulloso. Enhorabuena al director, Francisco Marhuenda, y a su equipo. Los terroristas no pueden oler la cobardía. Y la llevan oliendo muchos años en Europa.

En Sevilla han pegado carteles los islamistas. «Nosotros llegamos en pateras, pero vosotros os vais a ir a nado». No me fío de la consternación aparente de muchos imanes. Sería gravemente injusto sospechar de todos los musulmanes. Por supuesto que la mayoría de ellos no son criminales ni terroristas. Pero viven en el siglo XI. Y ese descencuadernamiento secular es peligroso. Claro, que muchos occidentales, con mayoría en las izquierdas radicales o violentas, también han optado por el medievo. La fuerza del islamismo en Europa es consecuencia directa de la cobardía y del compadreo. No son, por supuesto, culpables los que abren sus brazos a la comprensión de mil años atrás. Cuando los terroristas de Al Qaeda asesinaron en Madrid a casi dos centenares de personas, una considerable masa de las izquierdas rodeó las sedes del PP para llamar «asesinos» a Aznar y Acebes. Los asesinos eran otros, pero el resultado de aquel histerismo iniciado en los estudios de la SER culminó en un golpe de Estado a veinticuatro horas de unas elecciones generales. Y ganó Zapatero, cuyas bondades y alianzas de civilizaciones –con la inestimable ayuda de ese gran títere, el ex convencido franquista Mayor Zaragoza–, nos llevó a un buenismo cretino y demoledor. El ataque terrorista de París a la publicación de humor «Charlie Hebdo» también ha desenmascarado a muchos. Esos muchos no se atreven a abrir la boca contra los asesinos, pero aprovechan cualquier rendija para establecer comparaciones entre una Iglesia Católica del siglo XXI, cuyo mensaje fundamental es la paz, el amor y la tolerancia, con los fanatismos religiosos de cualquier signo y época. Así, un miserable admirado por Pablo Iglesias y Jordi Évole ha escrito que le parece una barbaridad quemar templos cristianos si no hay nadie dentro de ellos. El botarate de Évole le ha enviado un expresivo mensaje de apoyo. Tenemos a un fracasado en la vida y en su profesión, falso emigrado a Cuba, que responsabilizó a Occidente del crimen terrorista de París. Y para colmo de su interpretación de los hechos, repetidamente vistas por centenares de millones de personas en todo el mundo, con sus mirada de alcantarilla y cloaca, ha llegado a la conclusión de que el disparo con el que remata uno de los asesinos a un agente de seguridad «es un montaje». La ETA no derrotada y representada por Bildu, Sortu y demás disfraces de siglas se ha negado a condenar el atentado terrorista. Y los imanes han salido al paso lamentando los hechos, pero con la misma contundencia del PNV de Javier Arzallus cuando se trataba de condenar una monstruosidad de la ETA.

Las mezquitas son escuelas camufladas de violencia, y no me refiero a todas, por aquello de no caer en la mala educación.

El mismo estalinista que anuncia su intención de suprimir la libertad en los medios de comunicación en el caso de alcanzar el poder defiende ardientemente «la libertad de expresión» de quien lamenta que en una iglesia católica calcinada no haya personas rezando en su interior. No nos hallamos ante una perversión del lenguaje, sino ante una metástasis social. De ahí que la valentía de la portada de «La Razón», elogiada incluso por la izquierda pensante, nos haya ayudado a recuperar la esperanza.

Si Europa no reacciona, los terroristas ganarán. Con la comprensión de los piojos, faltaría más.