César Vidal
La propiedad de la calle (II)
Señalaba en mi último artículo que, para desconcierto de la izquierda en el plano internacional –donde cree saberlo todo y no sabe casi nada–, la calle ha sido tomada en los últimos tiempos por movimientos que se podrán calificar de todo menos de izquierdistas. Temo que, con eso de que la izquierda anda floja de forma, gentes situadas más a la derecha se ufanen. Mal harían en caso de caer en esa autoindulgente actitud. Si algo está demostrando la ocupación de la calle es que no se trata de un fenómeno positivo en la medida en que pone en manos de fuerzas externas el destino de la nación. De existir, la coherencia de esas fuerzas se limita a muñir desastres. En las naciones árabes ha servido para sembrar el caos y la violencia, pero no para traer la democracia. En el caso de Ucrania, los nacionalistas, que, literalmente, están colocando retratos de Adolf Hitler en edificios oficiales, andan eufóricos, pero la nación es un caos, ha quedado más de manifiesto que nunca su carácter artificial y lo sensata que sería una partición, y, para colmo, todo apunta a que los cacharros rotos los puede acabar pagando el contribuyente europeo. Por lo que a Venezuela se refiere, no se puede negar que, en el único caso donde de verdad se ansía la democracia, la comunidad internacional ha decidido mirar para otro lado. Resumiendo: la calle no es de la izquierda, pero los que se lanzan a las vías públicas no son garantía de que se producirán cambios a mejor y además colocan su destino en unas manos que nadie conoce y que nadie controla. Por naturaleza, rechazo las explicaciones conspirativas de la Historia, pero si existe un grupo que ahora mismo ha decidido subvertir la realidad de distintas naciones mediante el sistema de prender la agitación y luego canalizarla en la dirección que desea a través de la intervención de potencias extracontinentales, los resultados, difícilmente, podrían ser más deplorables. Ni un solo caso ha concluido en libertad o, siquiera, aumento del bienestar de las gentes. Por el contrario, la visión del mundo resulta más angustiosa e innegablemente difícil de encauzar para bien. Y, sobre todo, obliga a preguntarse con desazón qué sucedería si, en cualquier punto cercano a nuestra geografía, comenzaran a menudear las algaradas en contra del resultado de las urnas y, en medio de la sangre y de la manipulación mediática, alguien del exterior decidiera cuál debe ser nuestro porvenir.
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