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La reforma pendiente de las pensiones

La Razón
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Uno de los retos más importantes a los que vamos a tener que enfrentarnos durante las próximas décadas será la profunda reforma del sistema de pensiones. Nuestros políticos han estado ocultando la gravedad e insostenibilidad del problema durante décadas: en la medida en que se trata de una bomba de relojería que les estallará entre las manos de sus sucesores, todos los partidos han rehuido cualquier reforma profunda más allá de tapar sobre la marcha los agujeros más palmarios.

Al cabo, recordemos que nuestro sistema de pensiones público se basa en el principio del «reparto intergeneracional»: los trabajadores de la generación actual cotizan a la Seguridad Social para sufragar las pensiones de los pensionistas actuales a cambio de que los trabajadores de las generaciones futuras hagan lo propio con las suyas. La lógica parece sólida: hoy por ti, mañana por mí. Sucede, sin embargo, que el edificio se desmorona tan pronto como el equilibrio demográfico quiebra: si en el futuro hay muchísimos menos trabajadores que en la actualidad, no habrá forma de hacer frente a las pensiones del mañana.

Así las cosas, esta misma semana conocíamos el dato de que, por primera vez desde 1999, España ha experimentado un crecimiento vegetativo negativo: es decir, el número de defunciones en el primer semestre del año ha superado al número de nacimientos (en concreto, han nacido 206.656 personas y han muerto 225.924). De mantenerse esta tendencia para los restantes seis meses, nos hallaríamos ante el primer año desde 1939 —en plena guerra civil— en el que se produce un decrecimiento natural de la población.

El propio Instituto Nacional de Estadística estima que dentro de cuatro décadas, en el año 2055, nuestro país poseerá menos de 43 millones de habitantes, de los cuales 22,5 millones estarán en edad de trabajar y 15,5 millones superarán los 67 años. Comparen estas cifras con las actuales: hoy contamos con más de 31 millones de personas en edad de trabajar frente a sólo 7,5 millones que rebasan los 67 años. O, dicho de otra manera, en el mejor escenario concebible en el futuro, avanzamos hacia la muy precaria proporción de un trabajador por un pensionista... frente a los dos cotizantes por pensionista de que disfrutamos hoy.

Acaso algunos consideren que no debemos preocuparnos por el hecho de que el sostén humano de nuestro sistema de pensiones vaya a verse reducido a la mitad ya que, según nos han repetido hasta la saciedad los políticos de todo signo político, «las pensiones del futuro están garantizadas merced al Fondo de Reserva de la Seguridad Social». Sin embargo, esta misma semana hemos conocido que los activos de este fondo se reducían en otros 7.750 millones de euros, hasta ubicarse en 34.221 millones. Se trata, por consiguiente, de la mitad de las reservas con las que contaba el fondo en 2011 y de un capital que, al ritmo actual, se agotará en apenas tres o cuatro ejercicios.

En suma, nuestro futuro demográfico no va a permitir mantener las condiciones de jubilación actuales y el Fondo de Reserva de la Seguridad Social no va a servir de contrapeso alguno. ¿Qué hacer entonces? En el ámbito personal, resulta imprescindible promover el ahorro familiar para que cada vez más individuos puedan alcanzar una cierta independencia financiera al margen de las dádivas políticas. En el ámbito estatal, habrá que abrir el imprescindible debate sobre cómo articular la transición desde un sistema público de pensiones basado en el frágil reparto intergeneracional a uno privado basado en la robusta capitalización individual.

El dato

Noviembre concluyó con una reducción del paro registrado de 27.071 personas y con un incremento en las afiliaciones a la Seguridad Social de 1.620 nuevos cotizantes. De este modo, la legislatura de Rajoy se salda con una minoración de casi 300.000 parados pero también con una caída de 25.000 cotizantes: es decir, menos parados pero también menos ocupados. Idénticas conclusiones se extraen de la Encuesta de Población Activa, publicada por el INE hace algunas semanas y donde también se constataba este doble resultado. Sin embargo, hay que reconocer que, más allá de la fotografía, la tendencia del mercado laboral sí se ha alterado significativamente desde el inicio de legislatura: mientras que en 2011 destruíamos empleo a un ritmo acelerado (140.000 empleos menos en el tercer trimestre de 2011), en 2015 lo estamos creando con bastante rapidez (180.000 empleos más en el tercer trimestre de 2011). Mas no conviene dormirse en los laureles: las debilidades del mercado laboral siguen siendo muy numerosas y la falta de una liberalización profunda del mismo puede terminar pasándonos factura.

La amenaza

En plena campaña electoral, el ministro de Economía, Luis de Guindos, ha querido arrojar un jarro de agua fría sobre el excesivo optimismo que se vive en torno a la economía española. Según constata el titular de Economía, España deberá refinanciar en los mercados 400.000 millones de euros durante 2016, esto es, cerca del 40% de nuestro PIB. Por ello, cualquier miedo o pérdida de confianza sobre nuestra economía podría tener consecuencias muy dañinas en forma de encarecimiento o incluso interrupción de los flujos de crédito. De acuerdo con De Guindos, el camino para conservar esa confianza pasa inexorablemente por continuar con la agenda reformista y de reducción del déficit público. Y siendo cierto que debemos recortar el gasto y liberalizar nuestra economía, acaso la pregunta que pudiera dirigírsele al ministro es por qué su gobierno no ha utilizado su amplísima mayoría absoluta para ejecutar las tan necesarias liberalizaciones y reducciones profundas del gasto público durante esta legislatura.

Razones para el optimismo

El creador y principal propietario de Facebook, Mark Zuckerberg, anunció hace unos días que tiene la intención de donar, a lo largo de su los próximos años, el 99% de sus acciones —con un valor actual de 45.000 millones de dólares— a distintas obras benéficas. Zuckerberg se suma así a toda una tradición estadounidense de grandes filántropos —como John Templeton, Pierre Goodrich o, más recientemente, Bill Gates y Warren Buffett— que deciden dedicar las fortunas amasadas a lo largo de toda su vida a mejorar la sociedad en la que viven. Por ejemplo, la Fundación Bill y Melinda Gates ya ha dedicado más de 6.500 millones de dólares a combatir enfermedades propias de los países más pobres del planeta (como la tuberculosis o la malaria), logrando, entre otros hitos, reducir las muertes por sarampión en África en más de un 90% desde el año 2000. Aunque tal vez lo más novedoso de Zuckerberg sea el haberse convertido en gran filántropo no en el crepúsculo de su vida, sino con apenas con 31 años de edad.