Cristina López Schlichting
La resurrección de Gabo
¿Niños con rabo de cerdo o panes multiplicados? ¿Mujeres que devoran la cal de las paredes o cielos abiertos? Me cuesta no escribir de Resurrección hoy, porque resucitar es lo único que importa. Porque comenzar es lo más hermoso, lo que todos queremos: enamorarnos, ser padres, estrenar ropa, abrir casa... estamos hechos para empezar siempre, lo llevamos en el ADN. Y de repente he caído en que escribir de Gabriel García Márquez es también hacerlo sobre eso, los principios y resurrecciones. Porque él –que ha muerto en Jueves Santo– inauguró su obra magna con un hombre que, en el momento de la muerte, recuerda la infancia, ese momento prístino del inicio: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». Son las líneas iniciáticas de «Cien años de soledad», que nos dejó patidifusas a las niñas del colegio de las mercedarias, que descubrimos Iberoamérica en sus páginas. El exceso, la fantasía en lo real, esa forma sencilla y hermosa de decir lo imposible. Luego vendrían Vargas Llosa, José Donoso, Carlos Fuentes y el Cortázar de París. Pero Tranquilina Iguarán no pudo imaginarse la que había liado metiéndole a su nieto en la memoria un mundo de leyenda en su pueblito de Colombia. Él, en apenas 18 meses, supo configurar ese universo de 450 páginas que fue su obra maestra y que Neruda reconoció como el mayor descubrimiento literario en castellano después de El Quijote. Dicen que «Gabo» –así lo llaman sus amigos, no yo, que no tuve placer de conocerlo– no sobrevivió literariamente a ese libro. Fue un destino contradictorio hacer lo más grande de su vida al principio, y yo también creo que el resto de su maravillosa creación fue un hilo continuador de aquella eclosión deslumbrante. Ahora que empiezo a ser vieja, siento tanta gratitud por los que se esfuerzan por la belleza, que hasta compadezco esa extraña preferencia por el sanguinario Fidel Castro que él mismo se absolvió al reconocer: «Mi sentido de la amistad recuerda un poco a los gánsters». Hay escritores que erigen cimas extraordinarias sobre lo ya conocido: Baroja, Balzac o Henry James, y hay otros que hacen pie en un piélago tembloroso donde no había hollado nadie. Son Cervantes, Shakespeare, Baudelaire, Cortázar, Gabriel García Márquez. Los elegidos para trazar un antes y un después, para estrenar y resucitar la Literatura. Cada persona que hace algo hermoso o bueno en esta vida colabora con la estruendosa Resurrección del Hijo de Dios. Así que también Gabo.
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