Restringido

La revolución de la gente corriente

La Razón
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Dice Pablo Iglesias que no será la izquierda la que traiga la victoria, sino la gente. Es una afirmación cuando menos curiosa, que merece alguna reflexión. De entrada suena a demagogia. Parecería que renuncia a sus acendradas convicciones de toda la vida y a la fuerte herencia ideológica familiar, pero ha dejado claro que de eso nada. Rechaza la tentación del frente electoral de izquierdas, que le proponen, porque así no se ganan las elecciones. Sólo por eso, por pura estrategia. Sabe de sobra que la gente está aún por la moderación y no por el frentismo. Además no puede contar todavía del todo con el Partido Socialista, al que pretende absorber poco a poco. El único objetivo es alcanzar el poder, y sabe que ahora o nunca. Una vez en Moncloa no habría inconveniente en formar ese frente común, con férrea disciplina. Los que observan esta irrupción política con curiosidad bondadosa recuerdan lo que dijo Lincoln: «El Señor prefiere a la gente corriente; por eso ha hecho tanta». Iglesias apela a esa muchedumbre de gente corriente, aprovechando el deterioro de los partidos, y, de entrada, consigue incorporar al sistema a mucha gente que estaba fuera. Los que desconfían de semejante populismo temen que, alcanzado el poder, iniciará la revolución de izquierdas con una manipulación permanente de la opinión pública y un control riguroso de los medios de comunicación. No será difícil convencer entonces a la gente corriente de la perniciosidad de los partidos de la «casta», especialmente del PP, al que se someterá a una especie de causa general. Esos son los planes. La purga del callejero de Madrid no es más que un tímido anticipo de lo que viene. La democracia popular, con constantes apelaciones emocionales y consultas directas a la gente, prevalecerá sobre la democracia representativa, o sea sobre la verdadera democracia conocida. Será todo un cambio de sistema. ¡Y traerá la ruina, te dicen, mira Grecia! El truco, bien conocido por dictadores y demagogos, consiste en utilizar a la gente tranquila o indignada como instrumento revolucionario.