Alfonso Merlos

La sedición y la calumnia

«Los fascistas del futuro se llamarán a sí mismos antifascistas». El aserto de Sir Winston Churchill encaja como un guante para entender y sintetizar el último recital que la casta soberanista catalana ha ofrecido de forma esperpéntica, injustificable, impresentable e intolerable en el Congreso de los Diputados. Y naturalmente miserable.

Todo tiene un límite. También la forma de hacer oposición. Y los capitostes de la Esquerra Republicana lo han desbordado con creces. En el fondo y en la forma. No hay democracia representativa en el mundo civilizado que pueda sanearse o mejorarse cuando los presuntos delegados del interés general de los ciudadanos se entregan a la insidia, la calumnia y la difamación ad hominem. En la política no puede haber lugar para embusteros y facinerosos. Y así, como auténticos rufianes, con un aire bufonesco, han quedado retratados Bosch y Tardá.

Ya está bien la broma. Allí donde no impera la ley, se abre el camino a la tiranía. Y ése es el sistema con el que las hordas separatistas parecen sentirse como pez en el agua. Porque aquí no hay más talibanes que los enemigos de la libertad y la educación. Son ellos los radicales. Son ellos los que están manoseando y lavando el cerebro de los niños. Son ellos los que usan la fuerza y la coacción para cercenar el más sano y legítimo disfrute de los derechos fundamentales. Son ellos los que mienten impúdicamente. Son ellos los que están envenenando la convivencia en una sociedad civil arruinada y aturdida. Son ellos los que parecen habitar un lejano asteroide, con los pies lejos del suelo.

Es, en definitiva, esta partida de malandrines y emponzoñadores profesionales la que defiende lo indefendible: que si un colegial pide pan, agua o pis en castellano hay que ignorarlo. ¿Se puede ser más bellaco y más facha en el ejercicio de la sedición?