Pedro Narváez

La señera dio mala suerte a Rosell

La independencia era esto. Quitar a Neymar al Real Madrid para regatear el balón al imperio de España. Mas quiere celebrar 1714, pero en el anuario de este que vivimos ya hay una efeméride cierta y es que el presidente del Barcelona dimite por un posible delito fiscal. Ahora se entiende que España nos roba. Si el equipo fuera lo que tiene que ser, un gran club de gladiadores que se juega en el césped el honor de su sangre, la cuestión quedaría en un gestor que ha querido ser más listo que Florentino, pero el Barcelona de Rosell quiso remover los instintos guerreros a lo Braveheart para que la épica nacionalista tuviera un campo de batalla en el que en el minuto 17.14 ondearan las banderas y los balones fueran blasones. Al ya ex presidente, como al inquilino de la Generalitat, le ha dado mala suerte jugar con la señera. Siempre que ha salido con la camiseta roja y gualda pero con más barras rojas y gualdas, ha cosechado derrotas o empates lo que para el club consuma el gatillazo independentista. De Laporta supimos que se empapaba en champán y financiaba un nidito de amor. Laporta era evidente, demasiado evidente para ser catalán, que por lo tradicional, y por lo visto, recela de la ostentación y los delirios. Laporta era más de bunga bunga berlusconiano. Rosell, sin embargo, llegó, elegante como una masía, con la promesa de estabilizar la marca Barça y, como los malos políticos, regateó con la sutileza del poder sin tener en cuenta que en política también hay pena máxima, un penalti en propia puerta. Como empieza un soneto de la obra encontrada de Lope de Vega, Rosell podría recitar al nacionalismo excluyente «Amor, que nunca das lo que prometes». Otra víctima por ser verdugo. Ya se lo anunciaba la portada de ayer de LA RAZÓN.