Política

La soledad del presidente

A pesar de la importancia de los próximos procesos electorales, el clima de falta de entusiasmo es muy llamativo. Aunque la oferta de partidos se ha incrementado notablemente, ninguno de ellos logra conquistar al electorado, sino mas bien lo contrario.

Se ha producido la tormenta perfecta, anorexia en los liderazgos, desconfianza creciente en la política desde la crisis económica y viejas ideas que retornan golpeando con fuerza el sistema democrático, como los nacionalismos.

El panorama por la derecha es de fragmentación. Rivera y Abascal se reparten la herencia de un Partido Popular que hace aguas y bracea chapoteando para salvar lo que puede. Desde su fundación con Alianza Popular, la derecha política tuvo como prioridad aglutinar todo el espectro de voto, desde las posiciones más conservadoras hasta las más moderadas. Incluso algunos votos se movían pendularmente entre derecha e izquierda.

Hoy ya nada queda de aquello. En 8 años ha pasado de tener el mejor resultado de su historia, 186 diputados y el 45% de los votos, a disputar con un constructo como Ciudadanos la hegemonía en la derecha.

El Partido popular se ha resignado a caminar tirado del ronzal por la extrema derecha y a ser uno más entre sus socios. Todos sus cálculos pasan por reeditar el pacto de Andalucía allá donde los números lo permitan.

Sin embargo, de momento no está claro que el tripartito beneficie ni a Pablo Casado ni a Albert Rivera. La manifestación de Colón enfrió la posibilidad de otras movilizaciones porque, sin ser un fracaso absoluto, no fue un éxito para los convocantes.

La fotografía junto a Abascal podría tener efectos demoledores en Ciudadanos. Sus votantes más nacionalistas centralistas se han fugado a Vox hace tiempo y las capas medias más moderadas se han asustado con la cercanía al populismo radical.

En realidad, el mejor activo que tiene el tripartito es Pedro Sánchez. Es habitual que liderazgos fuertes generen rechazos más o menos vehementes en sus adversarios, le ocurrió a Felipe González, a Aznar o a Zapatero.

De ahí la razón de que alguien pueda ganar unas elecciones sin tener una gran valoración en las encuestas: le valoran muy bien sus seguidores y pésimamente sus detractores, la media es una nota tibia.

Sin embargo, que Pedro Sánchez sea la mejor baza para la derecha política se explica por otra razón. Desde que inició su liderazgo en el año 2014, la fragmentación de la izquierda ha ido creciendo.

Podemos creció con el presidente. A la llegada de Sánchez a la secretaría general socialista, los podemistas eran el 7%, han crecido y lo han hecho a costa de voto PSOE. Por otra parte, el desconcierto entre el electorado socialista por apoyarse en los independentistas ha alejado a no pocos votantes, dividiendo más el voto. Además, es un secreto a voces que Pedro Sánchez ha reconstruido el PSOE vaciándolo de contenido y liderazgos anteriores, manteniendo la marca como si de una franquicia se tratase.

El problema de hacer una operación de cambio de este calado es que solo se puede consolidar con un liderazgo emblemático y una conexión ideológica con la mayoría social. En este momento, la sociedad española no percibe ninguna de las dos cosas.

Ahí radica la razón de que con una derecha desarmada y con los populistas de izquierda en plena guerra fratricida y en decadencia, el PSOE no sea capaz de aglutinar voto de un lado y el otro y emerger como la esperanza de España.

Algunos periodistas hablan de la soledad del presidente, pero eso no es del todo correcto, en realidad, al que están dejando solo es al PSOE.