Julián Cabrera
La sombra del Tinell
En su particular espera patibularia, Manuel Chaves y José Antonio Griñán contemplan cómo sus cabezas se han convertido en el objeto de intercambio para que Podemos y Ciudadanos faciliten la investidura de Susana Díaz a la presidencia de la Junta andaluza. Es la demostración de que cualquier variante para la formación de mayorías de gobierno en ayuntamientos o comunidades tendrá como inevitable condicionante, se hable con quien se hable, el poner tierra de por medio frente a las sospechas de corrupción.
La formaciones llamadas «emergentes» en nuestro panorama político, y aún vírgenes en el ejercicio del poder con todo lo que conlleva, temen que mirar de frente al pecado de la corrupción les pueda acarrear de cara a su potencial electorado lo ocurrido a la mujer de Lot, que se convirtió en estatua de sal sólo por girarse a contemplar la destrucción de Gomorra, aunque también aquí se perfilan distintas varas de medir según se trate de hablar con socialistas o con populares.
Lo de la corrupción no deja de ser, si no excusa, al menos una justificación táctica que tiente especialmente a las formaciones de Albert Rivera y Pablo Iglesias para excluir a un partido concreto a la hora de buscar fórmulas de gobierno o lo que es peor, para que sirva cualquier «bullabesa» de múltiples y variopintos ingredientes con tal de aislar a la lista probablemente más votada.
El pacto de Tinell pasó por ser una de las mayores agresiones a la democracia en nuestra historia reciente y sus consecuencias, especialmente en Cataluña, Galicia o sobre todo Baleares, aún se siguen pagando. Resucitar el fantasma de «todos contra el PP» aprovechando la coyuntura que vaticinan las encuestas tras el 24-M puede ser tan democráticamente insano como nefasto para la estabilidad de país.
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