Julián Redondo

La sucesión de Iker, un proceso natural

Centra un serbio, despeja Gayá, rebota en Saúl y el balón entra en la portería de Kepa, que ni siquiera puede intentar la parada. Mayor efectividad, imposible: ni un disparo, un gol. Isco, sublime, tira de la Sub’21, le secunda Sandro hacia el final; el empate llega en el minuto 92 por obra y gracia de Sergi Roberto –hay futuro–; en el 93, Munir marra el tanto de la victoria y a continuación Serbia organiza un contragolpe, Kostic hace el 1-2 y la campeona continental ni podrá defender el trono en el Europeo de Chequia ni acudirá a los Juegos de Río. A la Rojita, 70 por ciento de posesión, le ganan como a la Roja: muralla, resistencia numantina y jugar al cupón. A veces toca. ¿Qué falló? La suerte, aliada de los serbios. Y no hay que buscar culpables, no los hay; aunque seguro que alguien los encontrará y señalará a Del Bosque por no ceder a Alcácer... A priori, no era necesario. Sería preferible, pues, digerir la eliminación y valorar el potencial de este equipo, semillero de la absoluta; suficiente para mirar el futuro con optimismo. Lo de Brasil fue un desastre, lo del baloncesto, otro; esto, una fatalidad.

Hay una mayoría silenciosa que opina sin zaherir, que critica sin amenazar con el fuego eterno, que rehúye el uso apocalíptico de la telepredicación y que por no hacer ruido parece ausente; pero está. Es la que pensaba que Del Bosque podía haber cedido el paso en la Selección tras el Mundial porque los enemigos que le crujieron en las alegrías le estaban esperando para machacarlo en las tristezas. Si pone a Casillas, malo; si le quita, peor. Poco importa que Iker y De Gea, futuro portero del Madrid, supieran que uno iba a ser titular en Eslovaquia y otro en Luxemburgo. La sucesión está en marcha, pero no es inminente.