Alfonso Ussía
La tabla
Mi verdad no coincide con la interpretación de mi periódico. Tampoco con la de otros. Rajoy no me pareció contundente. Y Rubalcaba menos. El primero se defendió con simpleza, y el segundo atacó en nombre del encarcelado. Nada nuevo sobre el tapete. Vítores excesivos por los dos bandos. Duran Lleida, el más centrado. Rosa Díez, la eterna demandante de dignidades que ella no frecuentó cuando gozó del poder. Cayo Lara, una mala anécdota. Cuando intervino el de Amaiur, me fui a la playa a deslizarme sobre las olas en una tabla. Muy decepcionado hay que sentirse para hacer tal cosa. Rajoy reconoció que se había equivocado. No es reconocimiento heroico. Equivocación empecinada y mantenida durante muchos años, y ahí no hay disculpa. Y Rubalcaba perdía gas a medida que no recibía instrucciones, opiniones o informaciones de Soto del Real. Me quedan periódicos por leer, pero me aficioné a la tabla y a la playa vuelvo cuando termine este artículo. Me sorprendió que Rajoy dejara pasar por alto los ERE de Andalucía. Si yo fuera Rubalcaba, analizaría la mirada de Madina durante sus intervenciones. En la primera bancada socialista, sólo le hace ojitos al veterano político Elena Valenciano. Soraya, que manotea para escampar la bruma de su futuro, tan sólo le hace un ojito. El otro lo fija en Madina, y ya bizquea. No tengo duda de que la comparecencia de Rajoy ha sido un encuentro obligado que tendría que haberse celebrado mucho antes. Pero nada decisivo. Las presumibles acusaciones de corrupción son, en estos momentos, más periodísticas que políticas o judiciales. Bárcenas está en la cárcel por otros motivos. Si Rajoy –y todos los altos dirigentes del Partido Popular–, ha cometido un delito, no ha sido otro que el de no advertir anomalías diarias en el proceder de su tesorero durante dieciocho años, que manda huevos. No sé explicarlo, porque Dios no me ha dado demasiadas luces. Pero si yo, con mis nubes permanentes, convivo en la misma planta de la sede del Partido Popular con un tesorero que viaja constantemente, esquía de dulce, se compra varias casas, estrena relojes cada semana y se broncea en el Caribe, en dieciocho años, seguro estoy, de que en algún momento de distensión, le habría preguntado. –Oye Luis, ¿ de dónde sacas tanto dinero?–. Y si Luis me hubiera contestado que vendiendo cuadros e invirtiendo en «chicharros» bursátiles con innegable suerte, le habría dicho a mi mano derecha o a mi mano izquierda, mi mano de mayor confianza: –Vigílame a este Bárcenas, que para mí, se está poceando–. Y no tiene toda la culpa Rajoy, porque Aznar tampoco estuvo listo con el tesorero, que ya era mucho Bárcenas en sus tiempos, aunque en beneficio de Aznar hay que recordar que todo lo que tenía de autoridad lo atesoraba también de desconocimiento de las personas, y no digamos Fraga, que era más gallego que Rajoy, más autoritario que Aznar y las conocía aún menos, como prueba su apuesta personal y prolongada por Jorge Vestrynge, que manda huevos nuevamente.
Y Rubalcaba estuvo excesivamente abrazado al ridículo. No se puede acusar con pruebitas de financiación ilegal a un partido político cuando el suyo es el único que ha sido condenado por ello. Además, don Alfredo, que es hombre listo y acerado, y como buen político con experiencia, extremadamente desconfiado, no puede entregarse a las informaciones y posibles mentiras de un empapelado con muy reducida fama de ser veraz.
Si el objetivo de la comparecencia de Rajoy era enredar más las cosas, lo han conseguido. En efecto, nada positivo ni fructífero para España, pero el lío no lo ha montado España, sino sus políticos. Unos, por medrosos, tontos y poco sinceros. Otros, por revanchismo y oportunismo, casi todos los demás, por armar la bronca contra el sistema para quedarse ellos con el sistema. Más de lo que consiguieron el jueves, no van a conseguir. En mi caso particular, que sinceramente me preocupa, sí han logrado algo. Que me aficione a resbalar sobre las olas en una tabla. Y es de agradecer.
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