Impuestos
La tasa turística
El peligro de la tasa turística que muchos ayuntamientos andaluces, e incluso la propia comunidad, se está planteando instaurar es que su sentido primigenio (tal vez noble) quedará enseguida subvertido para convertirse en un goloso instrumento de recaudación. El sector hotelero español, muy competitivo y beneficiario de unos márgenes de beneficio harto razonables, puede permitirse recaudar este gravamen sin que sus cuentas de resultados se vean afectadas pero la iniquidad de la medida es más filosófica que económica. ¿Es más beneficioso el dinero circulante entre las manos privadas o administrado –generoso eufemismo– por los socialistas de todos los partidos que guardan la llave de la caja de caudales pública? Entre cómo anima el cotarro un ciudadano con poder adquisitivo y cómo subsidia su red clientelar un político manirroto, permitirán que les diga, no hay color. Resultará innecesario abundar en pronósticos sobre lo que ocurriría si fuese la Junta la beneficiaria de este nuevo diezmo, tan bien informados como están los lectores de este diario sobre la prodigalidad con la que el gobierno regional suele engordar los ahorros de sus altos cargos mientras la población chapotea en el lodo del tercermundismo. Si fuese un impuesto municipal, semejante dineral tendría el mismo fin que, durante los felices años 2000, tuvieron las tasas urbanísticas en manos de concejales sin escrúpulos: fue el aceite con el que se engrasó la fabulosa maquinaria de la corrupción en ciudades grandes y pequeñas, pueblos, aldeas e incluso pedanías casi deshabitadas. Muchas veces, el dilema no consiste en cuánto se paga sino en a quién y para qué.
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