Ángela Vallvey
La tinta
En sus memorias, cuenta Baroja que estaba una tarde bebiendo unas copichuelas con un escritor francés y con Alejandro Sawa cuando, este último, le pidió tres pesetas. Don Pío le contestó que no tenía tres pesetas –todo un capital–, a lo que el señor Sawa le interrogó rozagante: «Y, ¿vive usted lejos?». Baroja respondió: «No, vivo bastante cerca», de modo que Alejandro Sawa le ordenó: «Bueno, pues entonces vaya usted a su casa y tráigame el dinero». Según Baroja, el tipo le pidió las tres pesetas con tanta convicción que no tuvo más remedio que irse pitando a casa a por ellas.
No hay nada como saber hablar con convicción para influir en la conducta de los demás. Baroja se dejaba convencer, según parece. Y yo –que no tengo personalidad–, mucho más. Así que, después de tanto tiempo oyendo las maravillas de «leer en e-reader», que el futuro de la lectura está en la tinta digital y que los libros de papel no tienen porvenir...,hubo un momento en que casi lo creí. Me puse a ello, me compré un aparato de lectura, y lo intenté. Pero mi vista no aguantó: a mis ojos no les gusta leer en pantalla, por muy benevolente que sea, según cuentan sus fabricantes. Y apuesto a que un día empezarán a hacerse estudios sobre el daño que ocasiona a la vista la lectura en «tinta digital». Por no hablar del deterioro cerebral que, quizás, acarrea actividad tan incorpórea. Cuando se haga un seguimiento de una década a lectores digitales y se compare con lectores en papel, quizás se concluya que la pantalla no es buena para el ojo, o para la percepción. A lo peor, me equivoco y no llevo razón. Pero me atrevo a apostar por lo menos tres pesetas. Ea.
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