Alfonso Ussía

La tristeza final

Hoy se celebra en Bilbao una manifestación a favor de los terroristas de la ETA que cumplen condena por sus crímenes. No me voy a detener en sus defensores Guillermo Toledo y Pilar Bardem. Son anecdóticos, víctimas de sus propias caricaturas. Dos actores mediocres sometidos a la innecesariedad de sus resentimientos. Me preocupan otros apoyos. Uno de ellos, sorprendente, el de Federico Mayor Zaragoza. Sufro cuando advierto la tristeza final, el abandono de la dignidad en personas cualificadas y supuestamente inteligentes. Mayor Zaragoza es de esos españoles al que se le ha perdonado todo su pasado. Cuenta con esa amnistía por parte del retroprogresismo y no cabe otro remedio que darle la enhorabuena. Que Mayor Zaragoza se sitúe en la misma zanja o similar alcantarilla que los proetarras llama al desconcierto. Lo hace desde el «buenismo» más elemental y simple, camuflado en supuestos principios superiores. Federico Mayor Zaragoza fue rector de la Universidad de Granada durante el franquismo, allá por el año 1968. El régimen anterior temía sobremanera a la libertad universitaria, y del nombramiento de los rectores se ocupaba personalmente Franco, que usaba de mediador al ministro de Educación de turno. Manuel Jiménez de Parga fue testigo de la inflexibilidad de Mayor Zaragoza durante su Rectorado en lo que respecta a las manifestaciones de universitarios adversos al franquismo. En premio a su lealtad, en 1974 fue nombrado Subsecretario de un ministerio, privilegio sólo al alcance de los más fieles y allegados.

Los periodos más sangrientos del terrorismo etarra coincidieron con los gobiernos de UCD y los primeros del PSOE. Resulta preocupante que a Mayor Zaragoza se le haya olvidado aquel despertar diario con una nueva sangre derramada de un inocente. Escribo que resulta preocupante porque Mayor Zaragoza fue ministro del Gobierno de la UCD presidido por Adolfo Suárez. En aquellos tiempos los españoles amanecían con el estupor casi diario de la bomba, el disparo en la nuca , el secuestro o el chantaje del terrorismo etarra. Fueron años de insoportable sufrimiento. Mayor Zaragoza, que nos quiere dar lecciones de Derechos Humanos, sabe a la perfección que las víctimas del terrorismo y sus familias jamás han pedido venganza, sino justicia. La lección se la están dando a él un día sí y otro también. Cuando, apoyado por el Gobierno de España, Mayor Zaragoza, el antiguo Rector franquista, el subsecretario franquista y ministro en la Transición fue nombrado Director de la Unesco, entendió a la perfección que el negocio del prestigio se hallaba en las posiciones ideológicas que él siempre había combatido. Y como todo converso fulminante, se escoró hacia los espacios de la izquierda radical. Una trayectoria tan inteligente y provechosa como escasamente higiénica en su ética y estética.

Desde entonces, ha dicho y hecho muchas tonterías, siempre perdonables por la seguridad de las lentejas. Presidió la Alianza de Civilizaciones de Zapatero, ofreciendo a la sociedad española motivos de chanzas y jolgorios. Pero jamás pude figurarme que terminaría en la tristeza final que hoy nos ofrece. Mayor Zaragoza ha borrado de su sensibilidad mil tumbas de inocentes, más de una veintena de sepulcros blancos con los huesos de niños asesinados, y ha optado por apoyar las reivindicaciones de los asesinos y sus corifeos. Sus palabras homilíacas justificando la tristeza de su final no convencen a nadie. Lamento su descomposición, la autodestrucción de lo poco que aún le quedaba.