Alfonso Ussía
La trucha tonta del Navlik
El Navlik es un río islandés muy rico en truchas. En truchas tontas. La trucha tonta tiene algo más de memoria que un berberecho, pero ahí se queda. Se pesca con mosca. Hasta en Islandia se ha impuesto la moda de la pesca sin muerte, que consiste en pescar al pez, quitarle el anzuelo, oxigenarlo y dejarlo en libertad con un dolor de boca que le impide comer durante una semana. Los peces que pican en la mosca y son devueltos al río no repiten su ingenuidad en unos días, excepto la trucha tonta del Navlik, famosa y muy apreciada por los pescadores buenistas porque son capaces de picar en la misma mosca cuarenta veces cada día. Terminan las jornadas de pesca con cuarenta agujeros en la boca, duermen fatal, y al día siguiente vuelven a entrarle a la mosca. De poder hablar y comunicarse con el pescador, sin duda le rogaría: –Por favor, cómame y no me devuelva más al río que tengo los morros muy escociditos–.
La trucha tonta del Navlik siempre pica y entra a lo que sea. La gran pescadora islandesa Vigdis Hondigabottir pescó a la misma trucha cincuenta y tres veces en una sola tarde. Le impresionó tanto el aspecto bucal lacerado, horadado y sangrante de la trucha tonta, que renunció a su afición por la pesca y tomó los sagrados hábitos en el convento de clausura de Kiflloek, célebre por sus gélidas estancias.
Lo más parecido que hay en España a una trucha tonta del Navlik es Gaspar Llamazares. Entra al trapo o a la mosca con reincidente candor. En «El Submarino» de La RAZON de ayer, lunes 21 de octubre, y con el divertido titular «Fina Bollería de Izquierdas», se hacía mención a un desayuno de Llamazares en un elegante establecimiento donde solicitó «bollería fina», y no satisfecho con ello, devolvió un «coissant» porque éste no había sido tostado convenientemente. No es noticia o comentario para una rectificación airada, y más en un político que no se ha bajado del coche oficial desde que Federico Mayor Zaragoza presumía, en el salón de su hogar granadino, de una fotografía de Franco dedicada con especial afecto. Y Llamazares, lamentó en un tuiter la maldad de LA RAZÓN, con un argumento contundente. «Además, no consumo "bollería fina"porque soy médico salubrista». Acudí de inmediato a las páginas del Diccionario de la RAE, vigésima segunda edición –la última– del año 2001, y no hallé la voz «salubrista». Es decir, que Llamazares es médico de una especialidad que no existe. Sí consta el concepto «salubérrimo», cuyo significado es obvio: Salubre. Concerniente a la salud.
Atenazado por la confusión pude comunicar con el propietario de un gran establecimiento que vende cada día grandes cantidades de «bollería fina», ensaimadas, «brioches», «croissants», suizos y mediasnoches, y le advertí que los médicos salubérrimos desaconsejan su consumo. Se quedó preocupadísimo cuando le hice saber la identidad del doctor salubérrimo adverso a la «bollería fina». –Un doctor de ese prestigio puede arruinar mi negocio–. Hablé posteriormente con un traumatólogo, un oncólogo y un otorrinolaringólogo, y los tres, sin dudarlo, me aseguraron que cada uno de ellos también era salubérrimo, porque lo más importante para un médico es la salud del paciente, pero ignoraban que existiera esa especialidad tan bienhechora para la humanidad. Es decir, que nada de salubrista, sino salubérrimo. Pero conviene recordar al doctor salubérrimo por excelencia, que el ciudadano que circula sobre una moto, sí es un motorista y no un «motobérrimo», con el fin de que no se confunda una vez y otra también como las truchas del Navlik.
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